El españolismo en un barco de exiliados

De los buques que trasladaron refugiados republicanos hacia América se habla mucho del Mexique, que hizo el viaje en 1937 con 456 muchachos desamparados que ahora se recuerdan como los Niños de Morelia, porque fueron a parar en esta ciudad, al oeste de México. Hay que decir que también viajaba el Barça: era el comienzo de aquella gira que salvó la vida a la institución.

 

El primero que vino, cuando ya la guerra estaba perdida, fue el Sinaia, también muy citado. Su llegada a Veracruz, el 13 de junio de 1939, y el apoteósico recibimiento que se le hizo, marcan simbólicamente el comienzo del exilio republicano en México, que hacia el año 1949 sumaba ya unas 50.000 personas: más que en todos los otros países de América juntos. También se formó mucho revuelo con el Vita, que zarpó antes hacia México con joyas y bienes que eran custodiados por el Banco de España y que sirvieron a Indalecio Prieto para ayudar a los refugiados y para vivir bastante bien. También se ha hecho revuelo recordando el Winnipeg. Este no vino a México, sino que, contratado por Pablo Neruda, llevó sólo medio millar de refugiados a Chile. Quizá destaca porque fue el único contingente de refugiados que ir a parar allí.

 

En cambio, del ‘Nyassa’, un barco portugués que fue contratado para hacer tres viajes hasta el puerto de Veracruz, se habla muy poco, aunque quizás no hubo ningún otro que llevara en total tanta gente hacia México. Podría calcularse que la suma fue de unas 8.000 personas. Primero salió de Lisboa, a principios de febrero de 1942. De Veracruz volvió a Casablanca y recogió otro contingente a finales del mes de abril, el cual llegó a México el 22 de mayo, justamente el día que este país declaró la guerra a los regímenes totalitarios. Para mí este es el más importante, porque llegó mi madre cuando a mí me faltaban sólo tres meses para nacer. En el tercero repitió la operación. Poco después de haber comenzado el tercer envío se produjo el incidente al que me quiero referir y que, cada vez que lo pienso, no deja de revolverme las tripas.

 

Como resultado de la mala vida que habían pasado, cuando hacía apenas una semana que navegaban hacia la libertad, hubo una niña de unos seis meses que ya no siguió. No es difícil imaginar el estado de ánimo de los padres. Para la solemne ceremonia de tirarla al mar, la mujer revolvió su bagaje de miseria y con la ayuda de otra viajera, catalana al igual que ella, pergeñó una senyera para cubrir el cuerpo inerte de la pequeña antes de lanzarla al mar.

 

Pues fue el caso que otros pasajeros, supuestamente demócratas y antifascistas igual que el matrimonio desolado, montaron un gran pitote indignados por la presencia de aquellas cuatro barras improvisadas. Poco faltó para que los más atrevidos irrumpieran en la ceremonia gritando: “¡Santiago y cierra España!” Quizás lo habrían hecho si un grupo de firmes catalanes no les hubieran plantado cara con aire de gritar:”Sant Jordi, desperta ferro!”

 

Esta es una verdad que pude captar entre la inmensa mayoría de los refugiados españoles: ninguna tolerancia y ninguna muestra de comprensión para Cataluña; mucho menos, no hace falta decirlo, solidaridad para defender su cultura y su lengua. En este sentido, el franquismo ya les iba bien.

 

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