El Consejo para la República representa por sí mismo un nuevo concepto de ciudadanía y de país

El éxito o el fracaso del Consejo por la República dependerá en buena parte de si la gente se decide a usarlo como herramienta de construcción de poder o si, bien de otro modo, no entiende para qué lo quieren utilizar. De momento, las explicaciones en la presentación han sido exiguas, me imagino que a la espera de la asamblea convocada para el ocho de diciembre. Por eso diría que muchos no han entendido, por ejemplo, que el Consejo tendrá un parlamento propio, la Asamblea de Representantes. Un parlamento que será elegido por todo el que se haya registrado en el censo ya operativo en consell.republicat.cat. A su vez, será quien elegirá el Consejo, un gobierno radicado en el espacio libre europeo que será el depositario del mandato democrático del primero de octubre y con las manos libres para actuar si vuelve a haber cualquier otra agresión contra el autogobierno como la del 155.

Sin embargo, no es cosa de doblar instituciones. El Parlamento de Cataluña y el Gobierno de la Generalitat tienen una legitimidad, y el Consejo para la República otra, ya no autonómica y tampoco en la constitución española. Y por eso mismo sus funciones serán distintas y complementarias. Ahora, no se escapa a nadie que su existencia cambiará de manera automática la legitimidad de la Generalitat como un hecho consumado, como un ejercicio de unilateralidad. Con un Consejo funcionando a pleno rendimiento en el espacio libre europeo, si alguna vez es agredido, el autogobierno de Cataluña ya no se podrá definir nunca más como algo vinculado y derivado de una institucionalización del Estado español, como un asunto interno. El Consejo para la República, pues, puede tener un papel similar al de la Administración Central Tibetana en la India o al de gobiernos y parlamentos en el exilio que durante años han servido para marcar internacionalmente una legalidad confrontada a la del Estado que administra por la fuerza su territorio.

Internamente, eso sí, las pocas cosas que sabemos que hace cambian algunas todavía más importantes. En la presentación hablaron de ‘democracia radical’, sin dar más pista. Pero las herramientas informáticas activadas para el registro son las mismas utilizadas por estados y organizaciones políticas de los más avanzados del mundo para avanzar modelos de democracia, de participación, de debate, de votación electrónica.

Y, por ello, de las cosas que hemos sabido, hay una que ya es muy significativa: quién puede formar parte del censo republicano. Porque la propuesta sobrepasa el marco autonómico por diversas vías simultáneas. En primer lugar porque no hay ningún límite geográfico: se pueden inscribir los ciudadanos de todos los Países Catalanes, los catalanes en el extranjero o directamente cualquier ciudadano extranjero que comparta los principios expresados ​​en la declaración de ciudadanía.

De entrada, esto ha generado una confusión relativa porque cuesta asimilar el concepto. A la pregunta de quién es ciudadano de Cataluña, el Consejo para la República responde diciendo que quien acepta serlo. Y lo hace alinearse con modelos tan innovadores y emblemáticos como los proyectos e-ciudadanos de Estonia o Singapur, de los que a cualquiera de nosotros se nos permite ser también ciudadanos virtuales, y resalto ‘el también’. El hecho de que puedan adherirse gente con cualquier ciudadanía previa resalta, además, y esto es políticamente muy relevante, que los catalanes no somos sólo los que tenemos DNI o NIE español de la Comunidad Autónoma de Cataluña. Lo somos los que queremos serlo, tengamos DNI español o no.

Ya de entrada, pues, nos proponen un modelo que va mucho más allá de los conceptos tradicionales de qué es una nación, un modelo que prefigura y alimenta qué debería ser una república moderna del siglo XXI, con raíces pero abierta al mundo y pensada para hacer cómoda la vida de sus habitantes. Para empezar, y a pesar de la confusión todavía existente por la poca información aportada, la música del proyecto suena nueva y potente. Porque es claramente rupturista y porque no se propone recrear el modelo del Estado nación, viejo y caduco, sino que prefiere una nación conectada, más acorde con los tiempos que corren. Aun así, ahora habrá que ver si, como país, seremos capaces de entender este envite y de afrontarlo.

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