¿Desempate?

En lo que va de año, desde los sectores mayoritarios del independentismo se han puesto de manifiesto dos estrategias diferentes que, de manera bastante comprensible, no acaban de expresar claramente los métodos para cumplir sus respectivos objetivos. Por un lado, el sector aglutinado en torno al presidente Puigdemont reivindica la legitimidad del referéndum del 1 de octubre del 2017 y la importancia de desplegar sus implicaciones. Para hacer esto se prioriza la preservación -aunque sea sólo teórica- de la posibilidad de la vía unilateral, y la internacionalización del conflicto entre las instituciones catalanas y las del Estado. La articulación organizativa de este sector es compleja, y ha llevado a la promoción de la ‘Crida Nacional per la República’, con gran protagonismo de los miembros de Juntos por Cataluña que no son del PDECat, que pretenden constituirse en plataforma transversal amplia, donde confluyan desde sectores liberales hasta sectores de izquierda, en una emulación indirecta de lo que sería el Partido Nacional Escocés. La eficacia práctica de este proyecto se deberá verificar en los próximos meses.

Por otro lado, el sector aglutinado por el vicepresidente Junqueras y articulado en torno a ERC ha interpretado los acontecimientos del mes de octubre del 2017, postreferèndum, como una finalización de la fase del proceso de independencia desarrollado en los últimos años. En esta lógica, la prioridad sería aumentar las adhesiones a la independencia entre los sectores no independentistas, por lo que se persigue una confluencia por la izquierda del espacio político catalán, donde los sectores no independentistas son menos beligerantes contra independentismo, al menos en una parte del espacio de los comunes. El instrumento para conseguir este objetivo sería promocionar mayorías de izquierdas en las instituciones catalanas, mayorías en las que ERC tendría habitualmente la condición de hegemónica. A más largo plazo, y si se produjera la premisa de que esta estrategia aumentara la adhesión a la independencia y, al menos, redujera la beligerancia de sectores opuestos, se podría pensar en una nueva fase de promoción de la independencia.

Ambos sectores son conscientes de que la independencia no sucederá a corto plazo -sea lo que eso sea en política-, y por ello coinciden en mencionar la reivindicación de un referéndum acordado con el Estado (que todos los actores saben, sin embargo, que no se producirá) para entretener el mientras tanto. Esto es cuestionado desde otros sectores institucionalmente minoritarios del independentismo. Por un lado, desde la CUP, que reivindica la eficacia del referéndum del 1-O e insiste en su estrategia secular basada en la desobediencia como motor de la acción política, hasta el punto de convertirse en un objetivo en sí mismo. Por otro, y con el impulso de la Asamblea Nacional Catalana, se está produciendo el proceso de creación de una nueva formación política, articulada mediante el movimiento de Primarias, que aglutinaría a los sectores independentistas que exigen que se apliquen inmediatamente los resultados del referéndum del 1-O, y que consideran que el principal problema para su aplicación es la falta de voluntad o la hipocresía de los sectores que han liderado institucionalmente la independentismo hasta ahora.

La unidad de acción del independentismo es poco más que un desiderátum de buena voluntad cuando hay tantas y tan profundas divergencias estratégicas entre los sectores independentistas políticamente articulados. Por ello, las próximas competiciones electorales serán determinantes para decantar la orientación de la acción institucional del independentismo. Y, más que ninguna otra a corto plazo, las elecciones municipales, que tienen un componente inevitable de sostenimiento de las estructuras territoriales de los partidos existentes, o de los que quieren emerger, que se resolverán -en términos de posiciones de gobierno- con los resultados en municipios de las áreas territoriales más proclives a la independencia.

En cuanto a la primacía estratégica en el futuro inmediato, parece obvio que serán las elecciones en la ciudad de Barcelona las que darán respuesta a algunas de las incógnitas que hay que aclarar pronto. ¿Habrá una alcaldía en la capital de Cataluña que tenga alineado el gobierno de la ciudad con el Parlamento y el gobierno de la Generalitat en cuanto a los asuntos institucionales de Cataluña? ¿Habrá unidad de acción entre independentistas en Barcelona, ​​o experimentarán otras modalidades de unidad de acción, particularmente por la izquierda del espacio político? Esto sin menospreciar, lo más mínimo, lo que será el principal debate electoral en Barcelona: qué forma de gobernanza y qué políticas públicas se aplicarán en la capital de Cataluña, debate que tendrá un peso capital en los resultados electorales.

Pero volviendo a la vertiente nacional de las elecciones, lo que motiva esta columna, lo crucial es que, con gran probabilidad, el resultado de las municipales en Barcelona desempatará el ‘impasse’ estratégico en el independentismo. ¿En qué dirección? Esto ya es cuestión empírica. Habrá que esperar a los resultados.

ARA