¿De quién es Rosalía?

Uno de los pasajes más incisivos de ‘A través del espejo’ de Lewis Carroll es el diálogo entre Alicia y Humpty Dumpty sobre el lenguaje. Humpty Dumpty le dice a Alicia: “Cuando ‘yo’ utilizo una palabra, significa exactamente lo que quiero que signifique; ni más ni menos”. Alicia le responde: “El problema es si usted ‘puede llegar a hacer que las palabras signifiquen cosas tan diferentes”. Y Humpty Dumpty concluye, tajante: “El problema es saber quién manda. Y se acabó”.

Es oportuno recordar este diálogo ahora que estamos en plena confrontación de relatos -no de personas-, en que las palabras se han convertido en armas. Aparte de la gravedad que implica banalizar los episodios históricos a que se refieren, ¿España es realmente un Estado “fascista”, como dicen algunos? Los que llevan lazos amarillos o lanzan pintura en domicilios particulares, ¿tienen comportamientos “nazis”? ¿Por qué los “nacionalismos” de Estado son “patriotismo” -amor a lo propio, dicen-, mientras que los nacionalismos reivindicativos son acusados de odio al adversario? La respuesta la tiene Humpty Dumpty: se trata de saber quién puede imponer una definición de la realidad.

Así que no es extraño que en medio de este pim-pam-pum para poner nombres a las cosas, haya vuelto a aparecer la vieja cuestión de qué es cultura catalana, ahora a propósito de la joven y premiadísima cantante Rosalía, Rosalía Vila i Tobella, de Sant Esteve Sesrovires (que no de les Roures), y que hace esta extraordinaria fusión entre flamenco, ‘urbano’ y ‘trap’. Una música, para poner todas las cartas sobre la mesa, que ya me adelanto a decir que me gusta, y confieso que ‘Malamente’ (*) es una pieza que me transmite una rara fuerza cautivadora y a la vez turbadora.

Pero lo importante no son mis gustos musicales, sino qué significa el etiquetado de una producción artística según pertenencias territoriales, étnicas o nacionales. Porque esta es la cuestión: no qué son las cosas de manera esencial, sino quién tiene el poder de llamarlas, es decir, de apropiárselas. Y esto es independiente de que Rosalía no sólo es catalana de nacimiento, sino que su exquisita formación musical está vinculada a centros tan de aquí como la ‘Esmuc’ y el ‘Taller de Músics’ -bajo el patronato dirigido por el entusiasta Lluís Cabrera- y que ya ha dado tantos otros músicos excelentes, desde Miguel Poveda hasta Andrea Motis y Joan Chamorro.

Efectivamente, si abandonamos las forzadas atribuciones esencialistas de la cultura -no sólo las nacionales, sino las étnicas o las estilísticas-, en general, cuando hay calidad, las influencias provienen de tradiciones diversas, hay fusiones de diversos estilos y finalmente todo es puesto al servicio de una creatividad innovadora. Incluso lo que se quiere presentar como rupturista, paradójicamente, viene determinado por el antecedente de quién reniega. En música, en literatura, en artes plásticas o en cualquier otra creación intelectual.

De modo que todo etiquetado no es otra cosa que un intento, exitoso o no, de apropiación, de control. Y, en particular, en el caso de la adscripción nacional, suele tratarse de un proceso de reconocimiento recíproco: la nación hace suyo a este arte y a aquel artista para reforzar los mecanismos de pertenencia interna y de representación externa; al mismo tiempo, a cambio, el arte y el artista obtienen la ventaja de su internacionalización.

En resumen: la pregunta sobre si el arte de Rosalía es cultura catalana, hecha en términos esencialistas, o es obvia -sí, es de aquí-, o es absurda, porque toda buena cultura -y actualmente más- trasciende sus límites territoriales. Ahora bien, si la pregunta es quién tiene capacidad de apropiarse políticamente y de poner una etiqueta nacional, y quién ofrece a Rosalía una mejor plataforma para universalizar su arte, entonces ya no hablamos de contenidos: entonces hablamos de poder, y de las ventajas y las limitaciones de tener o no un Estado propio.

(*) https://www.youtube.com/watch?v=Rht7rBHuXW8

ARA