Contra la realidad

1. CORAJE.

Ayer oí en la Cadena Ser una frase de Iñaki Gabilondo que puede parecer retórica pero que es bastante pedagógica. Comentando la sentencia del Tribunal Superior de Cataluña y refiriéndose obviamente al proceso soberanista, dijo: “Cuando un problema no encuentra solución no se llama problema, se llama realidad”. Ciertamente, Gabilondo pensaba en aquellos que se empeñan, semana tras semana, en anunciar el declive definitivo del soberanismo -y ya llevan cinco años haciéndolo- y en aquellos que se dan por satisfechos diciendo que la ley no lo permite y que lo que no cabe en la legislación vigente es imposible. Pero cuando un problema ya es una realidad, o las leyes se adaptan para reconocerla o tarde o temprano acabará petando por algún lado.

Poco después de Gabilondo intervino Irene Rigau, con su proverbial habilidad para decir las cosas con naturalidad y sin estridencias. Dejó dos mensajes que son pistas por si realmente hay voluntad de reconocer legalmente la realidad. Explicó que a menudo en la historia ha habido movimientos sociales que han anticipado situaciones que no estaban previstas y han acabado provocando transformaciones de la legalidad; y señaló una vía posibilista a seguir: acordar una consulta y compartir las maneras de administrar la respuesta. No es ninguna entelequia. La casualidad quiso que el mismo día que se comunicaba la sentencia del 9-N la primera ministra de Escocia, Nicola Sturgeon, anunciara que ponía en marcha los mecanismos para hacer un nuevo referéndum en otoño de 2018. Y todo hace pensar que la gran Bretaña y Escocia encontrarán la manera de administrarlo, como ya hicieron con el anterior. Y el gobierno inglés no utilizará los tribunales, sino que librará una noble batalla política como hizo Cameron, y la ganó. Afrontar la realidad exige coraje.

Los tribunales, como ya denunció en su momento el mismo Constitucional, se encuentran con la incómoda tarea de tener que afrontar judicialmente una cuestión política porque el gobierno español se muestra impotente para afrontarla y sólo busca criminalizar el proceso (y así intimidar al personal). Dicten la sentencia que dicten, se hace una lectura política. Desde el soberanismo se considera que el TSJC ha legitimado la violación de lo que sería un derecho democrático natural a poner las urnas, y desde los sectores más ideológicos del unionismo se le acusa de débil y hasta hay quien habla de triunfo del independentismo. En medio, los sectores oficialistas insisten en autoengañarse cantando por enésima vez el responso del proceso. En conjunto, bastante poco edificante.

 

2. OCASIÓN.

¿Qué cambia la sentencia? A corto plazo, poco. Obliga al gobierno catalán a reafirmarse en la convocatoria del referéndum y, por tanto, confirma que, con la secuencia de decisiones judiciales que nos espera, vendrá una escalada de tensión; el punto en que esta tensión se detenga (y la habilidad de cada parte para captar el momento adecuado para cambiar el paso) marcará la continuación. Regala a Artur Mas un tiempo para seguir paseando la melancolía por el personaje perdido, pero era un líder amortizado el día antes de la sentencia y lo sigue siendo hoy. Y, evidentemente, hace que el soberanismo tenga que afinar la estrategia para optimizar las situaciones y evitar quedar atrapado por el camino, en un momento de relevo de liderazgos.

Pero creo que donde se pueden notar efectos significativos es en relación a Europa. Empieza a haber señales, especialmente provenientes de Alemania, de preocupación por la actitud de inhibición de Rajoy. Hay suficientes problemas en la Unión, ahora sólo faltaría que Cataluña entrara en erupción. Como era previsible, la noticia de la sentencia contra un expresidente catalán ha tenido presencia destacada en los medios. Mas ya ha anunciado que llegará al Tribunal de Estrasburgo, si es necesario. El camino es largo porque primero se debe seguir todo el itinerario procedimental de la justicia española. Pero, en todo caso, cuanto más visible se haga que el gobierno de Rajoy lo fía todo a la vía judicial, más atención habrá hacia lo que pase aquí. En Europa, salvo algunos países del Este, los tribunales no son el camino usual para resolver cuestiones políticas.

ARA