¿Cómo pensaría Marx hoy?

En el 200 aniversario del nacimiento de Marx, ¿qué elementos del marxismo siguen vigentes? Y aún más, ¿qué haría hoy Marx? ¿Quiénes y qué luchas encarnan su espíritu en 2018? Las respuestas de los filósofos, historiadores y politólogos a estas preguntas indican que la influencia de Marx se ha atenuado, pero que su pensamiento sigue dentro de nosotros. Si hace un siglo y medio el comunismo recorría Europa como un espectro temido y demonizado, hoy Marx todavía habita en la mirada que dirigimos al mundo, aparece en nuestro lenguaje y resuena en nuestras críticas a un sistema económico que modula nuestras vidas de manera cada vez más intensa e inadvertida.

Un lenguaje para descifrar el mundo

Desde los años en que Marx escribió obras como ‘La ideología alemana’ (1846) o ‘El capital’ (1867), la sociedad ha experimentado cambios enormes, y la clase obrera, hoy mucho más fracturada, ha dejado en buena medida de entenderse a sí misma como el sujeto portador de la emancipación de la humanidad. Pero muchos de los conceptos que Marx nos legó como instrumentos para comprender la realidad siguen siendo útiles. En este sentido, y tal como explica el filósofo Josep Ramoneda, “la lucha de clases, el antagonismo social como motor de la historia, sigue teniendo sentido para el análisis histórico y para la interpretación del presente”. Sin embargo, añade, “lo que sí que hemos aprendido es que los conflictos no se superan, sino que se transforman: no hay nunca un volver a empezar, el pasado está vivo en el presente”. En nuestra manera de entender el mundo, dice Ramoneda, también siguen siendo importantes las ideas, heredadas del marxismo, “Que la lucha por la hegemonía ideológica es primordial, y que debe haber un horizonte de progreso que nos guíe y nos lleve a construir objetivos compartidos”. La doctrina de la alienación también sigue siendo actual: el individuo, en los procesos sociales (no sólo en el trabajo), “sigue hipotecándose, desdibujándose en un medio que busca crear individuos formateados en función del modelo de dominación algorítmico”, que propician entre otros factores las redes sociales.

La filósofa Marina Garcés apunta que de Marx hemos aprendido “que la lucha por la transformación social no puede convertirse en una lucha por el poder y, aún menos, para mantenerlo a toda costa en manos de un partido político ni de sus dirigentes”, y reivindica la vigencia de la mirada del filósofo de Tréveris sobre los antagonismos que atraviesan la vida social, unos antagonismos que hoy entendemos de manera diferente porque incluyen las relaciones de género, de raza, culturales o de edad, pero que todavía nos revelan como individuos “que no sólo tienen intereses, currículos y cuentas corrientes, sino que también forman parte de clases sociales afectadas por relaciones de desigualdad y de explotación”.

Por su parte, la doctora en ciencia política Sonia Arribas destaca que hoy seguimos constatando que el sistema de producción capitalista se expande sin cesar a través de nuevas formas de organización y nuevos desarrollos tecnológicos, un fenómeno que Marx apuntó, y que este sistema continúa creando valor mediante la extracción de la plusvalía, la fracción no remunerada del trabajo. El más contundente, sin embargo, es el editor Gonzalo Pontón, que va más allá y afirma que la manera de hacer historia de Marx no ha sido superada. Autor de ‘La lucha por la desigualdad’ (2016), Pontón apunta que el materialismo histórico, la doctrina según la cual el motor de la historia se encuentra en la lucha de clases y en la realidad económica, “sigue siendo, hoy, el mejor método de trabajo para comprender cómo los hombres se han agrupado en sociedad y cómo esta sociedad se desarrolla entre la cooperación y el enfrentamiento”.

El capitalismo muta, se transforma, pasa de productivo a especulativo, pero los problemas que Marx en señaló se prolongan en nuestros días. “La acumulación capitalista, la explotación y precarización de los trabajadores y la concentración de la riqueza no paran de crecer”, señala Susana Arias, coordinadora del Instituto de Humanidades. Y esto alarga la sombra del pensador y revolucionario alemán. Pero Marx también predijo que el capitalismo caería en recesiones de manera cíclica. Y, a pesar de que durante los Treinta Gloriosos (1945-1975) pareció que el crecimiento sostenido de la economía occidental le desmentía, a finales de los 70 el sistema volvió a demostrar un carácter ciclotímico, la última confirmación del que llegó ahora hace diez años con la caída de Lehman Brothers y la crisis financiera.

Ahora bien, de Marx también han quedado cosas por el camino. Y para muchas voces, aparte de los fragmentos de teoría económica marxista que han quedado obsoletos, lo que ha muerto es la misma ideología comunista. Es el punto de vista del politólogo francés Sami Naïr, que responsabiliza de este hecho a “la experiencia soviética y la transformación de China en un capitalismo totalitario y global”. Ahora bien, también hay quienes argumentan que, en realidad, el socialismo real no ha fracasado de una manera sustantiva, sino que sólo ha quedado descalificado de una manera estética, entre otras cosas porque los regímenes que lo han concretado han caído en el crimen de estado. En opinión de Jordi Mir, profesor de la UPF y experto en movimientos sociales, “el comunismo al que aspiraba Marx no ha tenido lugar nunca, como tampoco su noción de democracia, y no debemos confundir países que se han presentado como comunistas con lo que él analizó y propuso”.

Marx, pues, sigue constituyendo una caja de herramientas que nos ofrece una manera de dar sentido a los acontecimientos de nuestro entorno, y pervive, también, en forma de controversia. Con todo, el mercado de las ideas parece reservar un lugar cada vez más marginal al comunismo, en un arrinconamiento que reforzarían la apertura de Cuba y el posible deshielo, todavía hipotético y embrionario, de Corea del Norte.

Marx, 2018: ¿un pensador horrorizado?

El historiador Josep Fontana está convencido de que hoy, Marx, como en toda su vida, haría un análisis crítico del mundo en que vivimos para contribuir a transformarlo. “Sus herederos -dice Fontana- son todos aquellos que denuncian los abusos sociales y proponen caminos para encontrarles remedio”. ¿De qué abusos hablamos? Gonzalo Pontón los enumera: antes de iniciarse la Gran Recesión había en el mundo 500 familias que tenían tanto poder económico como la mitad de la población mundial (3.500 millones de personas), en 2015 sólo eran 65 y Oxfam calcula que a finales de este año serán 8; más de 1.000 millones de personas se mueren de hambre; cerca de 1.000 millones más viven con un ingreso de 40 euros mensuales; cada año mueren 6 millones de niños por hambre y enfermedades; hay 125 millones de niños sin escolarizar…

Pontón imagina un Marx “horrorizado” que “brama” contra este mundo. Y si seguimos la directriz de Fontana, sus herederos pueden ser corrientes y colectivos diversos, incluso paradójicos. Es el caso de la teología de la liberación, que, desde una institución como la Iglesia -rechazada por la tradición marxista-, asume postulados en una apuesta inequívoca por los desposeídos de la Tierra. En el ámbito de la academia, el estudio de la desigualdad ha dado notoriedad a nombres como los de Thomas Piketty y Branko Milanovic, que, como explica el economista Jordi Angusto, han puesto de manifiesto que la concentración del capital y la caída de las rentas salariales, fenómenos vaticinados por Marx, están acentuándose. Por unas semanas pareció que Piketty y su proyecto de un impuesto a la riqueza debían alcanzar una relevancia histórica, pero aquella efervescencia parece haber pasado. “La guerra de clases existe”, declaró Warren Buffet, un inversor global que no duda en expresarse en terminología marxista. Y añade: “Y es nuestra clase social la que la está ganando”.

Según Marina Garcés, Marx se dedicaría hoy a “demostrar que el capitalismo global no es una ley natural, sino que es consecuencia de una relación de fuerzas” que podemos transformar. En la misma línea, Sonia Arribas imagina un Marx que hoy investigaría las grandes grietas del capitalismo, incluida la crisis habitacional que toma cuerpo en ciudades como Barcelona, ​​pero también otras fracturas aparentemente más pequeñas, como el rechazo de la competitividad, la emergencia de relaciones sociales no mercantilizadas o las iniciativas para la desaceleración del tiempo. Hoy las resistencias a comportarse como el sistema espera de nosotros se encuentran también en los gestos y las actitudes cotidianos. Y es que, como señala Susana Arias, los epígonos del pensamiento marxista han ampliado la descripción del sistema capitalista hasta pintar el cuadro no sólo de un sistema económico, sino de todo un modelo de sociedad que atraviesa todas las esferas de nuestra vida. “El pensamiento feminista y ecologista -dice Arias- ha contribuido radicalmente a explicar que las luchas contra la dominación de género, la explotación arrogante y egoísta de la naturaleza y la transformación de la democracia son también luchas anticapitalistas”. “La soberanía energética, la política educativa, la comunicación, la autogestión de la vida reproductiva… Todos estos serían debates en los que entraría Marx”, añade el profesor de la UB David Casassas. “Hemos tendido a ver a Marx muy ligado al trabajo; pero lo que nos cuenta es la gran expropiación de medios, también de los simbólicos. Hoy sigue habiendo expropiadores y expropiados, pero hay nuevas esferas de expropiación; por ejemplo con el feminismo, las culturas minoritarias o las sexualidades no normativas “, concluye.

Marx, pues, tiene sus continuadores. Pero es una continuidad plural. Como indica Marina Garcés, “actualmente el espíritu de Marx no está representado por intelectuales únicos, sino por colectivos de discusión y de acción muy amplios que en todo el mundo plantean retos teóricos y prácticos muy diversos y a la vez comunes”. De manera similar, Josep Ramoneda y Sami Naïr coinciden en señalar que, a diferencia del filósofo alemán, los proyectos transformadores de hoy, como el feminismo y el ecologismo, no parten de una pretensión de totalidad como la que animaba la obra de Marx. Pueden, claro, acabar conduciendo a una modificación sustancial de las relaciones de poder en el mundo, pero no han dado lugar a un pensador capaz de articular la totalidad en un paradigma nuevo. Según Naïr, esto es, de hecho, “porque nos encontramos no sólo en una metamorfosis del capitalismo sino en un momento de cambio de civilización, como en el siglo XVI”. Y a un escenario fragmentado le corresponde un sujeto revolucionario también fragmentado en corrientes transformadores que, para Marina Garcés, son los que miran el sistema actual “desde los límites ecológicos del planeta, desde la vida de las mujeres y desde la necesidad de tomar decisiones colectivamente de verdad”.

Capitalismo insaciable

¿Cómo podemos conseguir un desarrollo sostenible con 7.000 millones de humanos sobre el planeta, y 9.000 millones en 2050? He aquí un reto crucial para el presente y el futuro de la humanidad, que hay que cruzar con otro vector: la capacidad autodestructiva del capitalismo. Como recuerda Jordi Angusto, Marx criticaba el capitalismo como máquina entregada al crecimiento por el crecimiento, y ciega a las necesidades de la humanidad. Pues bien, hoy, la implosión a que conduce esta dinámica es ya uno de los fenómenos centrales de nuestro tiempo. En este sentido, uno de los marxismos de nuestra época radica en una revolución del pensamiento que, en palabras de Susana Arias, “puede cambiar sustancialmente nuestra forma de estar en el mundo, reconsiderando la división entre naturaleza y cultura, entre lo que tradicionalmente hemos considerado humano y no humano”. “La conciencia de la propia animalidad -sigue Arias-, de la propia vulnerabilidad como especie, del complejo nudo de relaciones que nos liga a nuestro entorno, de la finitud y la fragilidad las recursos naturales hacen (o harán) que sea imposible mantener con impunidad las prácticas extractivas y de explotación de la naturaleza”. “También en la revolución animalista -recuerda Arias-, en la reconsideración del otro animal y de nuestra jerarquía moral sobre el resto de habitantes del planeta, ha sido crucial la aportación del pensamiento feminista, que ha abierto las avenidas por las que ha transitado buena parte del pensamiento postcolonial y antiespecista, y que continúa hoy ampliando los límites de lo que se puede ver y se puede pensar”.

Marx y el final de la historia

En 1989 cayó el Muro y, con él, el comunismo en Europa. Tres años después, en 1992, Francis Fukuyama, un pensador de corte neoliberal, publicaba ‘El final de la historia’, una obra que, como habían hecho Hegel y Marx, identificaba la historia con un proceso dialéctico (un proceso donde dos fuerzas contrapuestas generan una síntesis, que a su vez se encuentra una nueva fuerza antitética, etcétera) que en un determinado momento alcanza un estadio armonioso, sin conflicto, en el que finalmente se realiza la justicia. Al final de este hilo, Marx había situado el comunismo; Fukuyama ubicaba en el mismo la democracia liberal capitalista.

Como explica Mar Rosàs, profesora de ética y antropología en la URL, el año siguiente, en 1993, el filósofo francés Jacques Derrida publicó ‘Espectros de Marx’, una recopilación de las charlas que había pronunciado en un simposio titulado ‘¿Hacia dónde va el marxismo?’ Con esta obra, muy polémica, Derrida negaba la posibilidad de que la historia pueda llegar a un estadio acabado, ulterior, inamovible. “Derrida responde que un final de la historia tampoco sería deseable -explica Rosàs-. E intenta demostrar la existencia de un Marx que creía que el motor de la historia no se detiene”. Si esto es verdad, el comunismo, ese “espectro que recorre Europa”, como decía el ‘Manifiesto comunista’, nunca dejará de serlo, porque nunca acabará de realizarse, y por lo tanto siempre permanecerá entre nosotros como una influencia, como una tendencia: ‘espectral’.

ARA