Castillos en la plaza y no el aire

El reciente descubrimiento de los restos de una de las torres del castillo mandado edificar por Luis el Hutín en 1308 vuelve a poner de actualidad el milenario pasado que, a pesar de intervenciones muy poco afortunadas, continúa aguardándonos en las entrañas de Pamplona-Iruña.

Al contrario que muchas otras ciudades de nuestro entorno (¿y cómo no recordar, por ejemplo, el museo subterráneo bajo la plaça del Rei de Barcelona?), donde se apostó en su momento y se sigue apostando hoy en día por mantener los hallazgos arqueológicos en el mismo lugar en el que aparecieron con el objetivo de convertirlos en foco de atracción cultural y turística, la capital de Navarra sigue sin contar -paradójicamente, tras casi treinta años de estudios- con un solo espacio musealizadoin situ que permita hacerse a la idea de cómo fue siquiera un fragmento de la trama urbanística de la metrópolis que, al fin y al cabo, dio su nombre al reino.

Esa curiosa forma de hacer (o más bien de deshacer) las cosas se llevó por delante, hablando únicamente de la propia plaza del Castillo, la maqbara o necrópolis musulmana situada más al norte de Europa, un importantísimo conjunto termal romano, fragmentó una muralla de más de cincuenta metros de largo de filiación aún discutida, pasó por alto los restos del castillo de Santiago erigido por Fernando de Aragón tras la conquista de 1512, y dejó de lado muchos otros restos que deberían haber formado parte del Museo de Historia que la ciudad nunca ha tenido.

Los restos del primitivo castillo nos brindan ahora la oportunidad de hacer las cosas de muy distinta manera, con la vista puesta en ofrecer a la ciudadanía la posibilidad de conocer su historia, una historia que nos pertenece a todos y todas, pero de la que desafortunadamente parece que va a volver a privársenos, pues todo indica que dichos restos acabarán integrándose en el comedor de un restaurante particular, donde serán sus clientes quienes tendrán siempre preferencia para visitarlos.

Y sin embargo hay otras opciones mucho más respetuosas con el legado de nuestros antepasados. Opciones que pasan por la colaboración entre instituciones públicas (Ayuntamiento de Pamplona y Gobierno de Navarra fundamentalmente) para hacerse con el local, en cuyo interior podría situarse un centro de interpretación arqueológica que, por medio de audiovisuales, paneles explicativos y maquetas, permita recuperar siquiera virtualmente lo que la plaza del Castillo custodiaba y lo que todavía puede depararnos en el futuro, pues su lado oriental permanece a la espera de una intervención arqueológica en la que los ciudadanos no sean meros convidados de piedra que apenas puedan intuir los trabajos a través de gateras en las vallas, sino partícipes de la misma a través de visitas guiadas como las que estructuraron todo el proyecto de rehabilitación de la catedral de Vitoria-Gasteiz o las que ahora mismo permiten acceder a las obras de restauración del claustro de la catedral de Pamplona.

Así pues, estamos convencidos de que dicho espacio musealizado puede convertirse en vivero y semilla de algo mucho más grande, ahora que conocemos el lugar exacto de una de las torres del castillo de Luis el Hutín: la búsqueda de lo que quede del resto de ese recinto (y de otras estructuras sobre las que ahora sólo podemos especular) en el ala de la plaza que aún permanece inexplorada.

Y no olvidemos que esa fortaleza, relacionada además con un momento tan crucial para la historia de Pamplona como fue la guerra de la Navarrería, jugó además el papel demadre de todos los castillos que formaban la red de defensa principal del reino. Un centenar de lugares que, tras sufrir siglos de destrucciones, desmoches, abandono e incuria, van resurgiendo ahora también poco a poco de sus cenizas gracias a expertos y entusiastas que no olvidan que nuestras raíces también nacen en estas piedras tan cargadas de historia.

Por eso reiteramos a los organismos responsables de proteger el patrimonio arqueológico nuestra solicitud de que se estudien y exploren concienzudamente todas las vías que posibiliten aprovechar ese ámbito recién descubierto, buscando sentar las bases de un proyecto que suponga un giro de 180 grados en el trato que Pamplona-Iruña ha dado habitualmente a su patrimonio arqueológico, e implicar en el mismo a los distintos sectores interesados en demostrar que el corazón histórico de Pamplona y de Navarra puede y merece albergar en su seno algo mucho más importante y necesario para todos que un mero aparcamiento de coches.

Tal vez de esa manera consigamos romper al fin la maldición de Cisneros y Villalba, los mayores destructores de castillos que en esta tierra hemos padecido, y podamos alzar de una vez las cabezas no sólo con fantasía, sino orgullosos de haber contribuido a salvaguardar un patrimonio del que sólo somos depositarios, para que las generaciones futuras puedan conocerlo y amarlo.

Ahora es la oportunidad. Ahora es el momento.

Firman este escrito: Mikel Zuza Viniegra (Bibliotecario e historiador), Iñaki Sagredo Garde (Historiador. Especialista en castellología del Reino de Navarra), Aitor Pescador Medrano (Historiador. Especialista en documentación medieval) y Gaizka Aranguren Urroz (Periodista. Especialista en gestión del Patrimonio Inmaterial)

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