Atrapados en el pasado

El cambio de marco interpretativo que se ha producido en la política catalana en poco más de quince días introduce una enorme cantidad de incertidumbres en las previsiones electorales del próximo 25 de noviembre. Difícilmente ninguna encuesta podrá aproximarse con acierto al resultado final porque la intención de voto es, probablemente, la más voluble que se ha producido desde 1980, cuando se consolidó una primera voluntad popular democrática estrictamente catalana después del franquismo.

 

Para el 25 de noviembre uno puede intuir un notable incremento de la participación, pero no sabemos la proporción ni la composición exacta. Que el voto soberanista se movilizará como nunca parece una evidencia. Pero, ¿y el unionista? Sobre todo, el unionismo abstencionista en las elecciones catalanas, ¿se despertará de su confortable sueño de los justos? ¿El unionismo dejará de despreciar la política catalana, paradójicamente, ahora que está a punto de dejar de ser meramente autonómica? El otro gran enigma son los posibles trasvases. ¿Habrá intercambio de votos entre ERC y CiU, en ambas direcciones? ¿O del PP en C’s, y de CiU al PP? ¿De qué magnitud será la fuga de voto del PSC hacia el PP, ICV, ERC y CiU (respectivamente, por más españolistas, más antirrecortes, más a la izquierda soberanista o con mejor liderazgo)? Y ¿quedará alguien por trasvasar hacia el PSC?

 

Una de las claves de los cambios previsibles será el papel determinante del eje nacional, entre soberanismo y unionismo, muy por encima del eje ideológico entre derecha e izquierda. No serán unas elecciones plebiscitarias a favor del Estado propio, pero se acercarán. Y, por esta razón, creo que también será determinante el peso del liderazgo personal, en la medida en que el liderazgo hacia el escenario de una Cataluña independiente, tan esperanzador como lleno de riesgos, hará que la confianza en el líder altere de manera muy significativa la decisión del voto. A falta de estudios que lo confirmen, creo que en Cataluña ahora mismo se vuelve a confiar en los políticos y en la política institucional muy por encima de lo que ha sido habitual estos últimos años. Finalmente, habrá que ver cuál es el resultado del combate entre las propuestas ambiciosas de liberación nacional y la agitación fantasmagórica de los argumentos del miedo. ¿Que movilizará más, la ambición o la conservación del estatu quo? ¿Qué será más asumible, el riesgo o el miedo?

 

El caso es que en todos estos escenarios, el partido que parece que no sale favorecido por ninguno de estos determinantes es el PSC. Eje nacional confuso; liderazgo débil; posición ideológica cuestionada; horizonte periclitado, capacidad de gestión discutida… Y, sobre todo, erosión interna y externa. El PSC pierde el sector más identificado con el catalanismo justo cuando más falta le hace, y es puesto de cara a la pared por el PSOE cuando, alternativamente, más necesitaría de su complicidad. El PSC, desde 2005, al inicio del debate estatutario en Las Cortes, ha perdido el sentido del tiempo político. Sólo por señalar algunos momentos clave, el PSC se dejó birlar el Estatuto de 2006 en Madrid; echó al presidente Maragall, felicitó a través de Chacón la sentencia del Tribunal Constitucional, no se supo añadir al reciente acuerdo por el pacto fiscal; titubeó ante la manifestación del 11-S y ha vuelto a patinar inútilmente en el debate de política general quedando fuera del consenso mayoritario.

 

Que el PSC pretenda presentar como horizonte creíble la recuperación del Estatuto de 2006 antes de la sentencia del TC, o que prometa una posible reforma constitucional a favor de un federalismo asimétrico que exige el acuerdo entre PP y PSOE, es desolador. Leo esta cita de Willy Brandt en el ARA: “El futuro no será dominado por los que están atrapados en el pasado”. Amén.

 

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