Arbeloa, el bizcaíno y el santo

Los libros malos no deberían ni comentarse, por no menguar el tiempo útil de los lectores. Tampoco debería hacerse publicidad de sus autores, sobre todo los de plumas inconsistentes, esos que mudan de opinión más que de tintero. Héme pues aquí, haciendo lo que no debo, y saliendo al paso del libro “Perverversiones políticas del lenguaje” último parto de mi admirado -por lo imprevisible- Víctor Manuel Arbeloa.

Como profesional del libro, protesto porque un libro político, sin minza de valor literario, sea coeditado entre el Gobierno de Navarra y una editorial de Madrid, e impreso en una imprenta de Móstoles. El Gobierno no tiene porqué hacer de editor para sus amigos, como no debe hacer de cosechero de vinos; menos aún con editoriales e imprentas ajenas a nuestra comunidad, desechando a los que pagamos aquí nuestros impuestos y, con ellos, costeamos el libro en cuestión. Otra vez son los paladines del sistema capitalista los menos respetuosos con las leyes del mercado: como a Arbeloa ninguna editorial profesional le publica sus bodrios, los edita con dinero público y santas pascuas. Hace poco, para combatir estos y otros entuertos, ha salido al camino, con la adarga al brazo, la Asociación de Editores Navarros. No le faltará trabajo.

Cervantes tenía razón, no hay libro malo que no tenga algo de provecho. Y este libro es estupendo para comprobar hasta qué punto los ideólogos del navarrismo han perdido la cordura y andan como Don Quijote, a lanzadas contra los molinos. Ahora, la Euskal Herria es “una trampa o perversión lingüístico-patriótica”, y la “lingua navarrorum” ya no se puede “traducir tan ricamente como lengua de los navarros”. Pero entre todos sus desatinos, hay una perla: “Aseverar guapamente en estas calendas que la lengua bizcaína que dijo ser suya en una ocasión San Francisco Xabier es el euskera… no es científicamente de recibo”. Para aseverarlo, trae a las mientes una expresión del Quijote -cuando el escudero Sancho de Azpeitia, “habló en mala lengua castellana y peor vizcaína”- para aceptar que esa lengua vizcaína de la que habla Cervantes es “un divertido español con sintaxis vascongada”. El papel, sea de imprenta madrileña o navarra, aguanta lo que le echen. Esta tesis de no considerar al bizcaíno como el vascuence, sino como un español mal hablado, ya fue introducida por el historiador Recondo, contradiciéndose a sí mismo, y a ella se han agarrado como a clavo rusiente todos los actuales navarreros a quienes siempre incomodó tener un Patrono vasco. La verdad es que cuesta imaginar al misionero navarro, en su lecho de muerte, hablando sinsorgadas como Txomin el Regato, pero, aunque fuera verdad que Francisco Xabier habló un mal castellano, como todavía lo hablan hoy día algunos paisanos, es precisamente porque era bascongado cerrado. Es decir, que al final la duda que puede quedar es si el santo, además de saber su lengua vasca, latín, francés, portugués y alguna lengua oriental… sabía hablar español. Una loada obra del capuchino navarro Anselmo Legarda “Lo vizcaíno en la literatura castellana” (que sí merecería alguna atención del Gobierno de Navarra) afirma que “Llamar Vizcaya a todo el País Vasco y vizcaíno al euskera fue práctica común en los siglos XVI y XVII… Muchos autores consideraron como Vizcaya a Navarra y Bizcaye al País Vasco francés y fue frecuente que en el exterior los navarros se denominaran vizcaínos y tomaran parte como tales en los banderíos y guerras de nación que se dieron en Salamanca, Perú…”. Legarda nació en 1813; no era, pues, nacionalista vasco. El mismo Cervantes habla de la “nación vizcaína”. En 1592, Enrique Cock, cronista del viaje de Felipe II por Navarra, dice que “la parte más humilde habla la lengua vizcaína, que ellos llaman vascongada, la cual nos pareció muy extraña, no entendiendo de la misma ni una sola palabra”. Y hacia 1611 llegó a Pamplona el noble Jacobo Sobieski, padre de Juan III rey de Polonia, que fue robado en la posada donde se hospedaba. Cuenta en su libro de viajes que se armó un tumulto y que “la posadera y su hija empezaron a vociferar en vizcaíno, que difiere tanto del español como del polaco”. ¿Cómo explica esto Arbeloa, si el vizcaíno es sólo “un divertido español”?

Tengo delante un capazo de notas de archivos navarros, en las que continua e indistintamente llaman al vascuence o bascuenz: lengua bizcaína; lengua cántabra; lengua del país; lengua bascónica; lengua matriz del Reino; lengua nativa; lengua natural; lengua de los navarros; lengua patria; lengua propia; lengua rústica; lengua bascongada; lengua vulgar… Por no abusar sólo daré un dato de mi pueblo: en 1693 pasó por Tafalla el Padre Bernardino de Arezzo, general de los capuchinos. Su secretario, Felipe de Florencia, dejó escrito su relato del viaje en un libro titulado Relazzione del Viaggio fatto da M.R.P. Arezzo. En su parte prima dice: “… da Tafalla inqua comincia il linguaggio Biscaglino che é difficile d´intendersi per esser diverso d´allo Spagnolo…”. Que vale, “de Tafalla en la cual comienza la lengua bizcaína que es difícil de entender por ser distinta de la española de modo que no se entienden entre ellos, no habiendo semejanza en palabras entre estos dos idiomas”. De “divertido español” nada de nada: lengua vasca, en Tafalla, y siglo y medio después de la muerte del santo patrono.

La mentiras son a la verdad, lo que el peluquín a la calvicie. A la postre la realidad se descubre. Es evidente que cuando Francisco Xabier escribió: “Y como ellos no me entendiesen ni yo a ellos, por ser su lengua natural malavar y la mía vizcaína…”, se declaró euskaldun. Pero aunque no lo hubiera escrito, bastarían los archivos y el sentido común para saber cuál fue su lengua madre. Editar libros paniaguados para demostrar lo contrario, además de una malversación de fondos públicos, es una estupidez.