¿Año nuevo, vida nueva?

Nos despedimos de 2018 con los aires maltrechos y poca coherencia para remediarlo. Con todo, la decepcionante Cumbre del Clima de Katowice (Polonia) nos refrescó a todos la memoria de que respiramos y que, aunque nada hay más preciso, nos dedicamos con tesón a asfixiar al aire. Y su sofoco tiende a sofocar al conjunto de planeta, para mayor esplendor de los consumados consumismos.

La sociedad, al menos, se está cansando de la apatía de los poderes para lo crucial y comienza a recobrar algo de la responsabilidad sobre su propio destino. El 2018 acaso sea un buen año para el arranque de la inaplazable democratización profunda y radical de la vida política, aunque nos tememos que no sea así, dada la realidad en que vivimos.

Hay que acabar con la corrupción, con los asesinatos a mujeres y abusos sexuales, con el racismo, con el trato denigrante e inmoral hacia los inmigrantes; hay que satisfacer las reivindicaciones de los movimientos de los pensionistas y de las clases más desfavorecidas, la plena igualdad de género, hay que lograr convivir en libertad entre los pueblos y que cada cual tenga la potestad para poder elegir su futuro, y un largo etcétera.

En otro orden de cosas, y sin tratar de equiparar las problemáticas planteadas, es conveniente recordar y actuar una vez más acerca de que hemos rebasado ya los límites máximos del hasta ayer ilimitado océano. El saqueo de todos los mares del planeta resulta evidente. Hace más de un decenio que las capturas pesqueras no aumentan, porque la mayor parte de los caladeros más importantes están claramente exhaustos. Y hace ya más de un decenio que los problemas de escasez se están saldando con una creciente e ilegal privatización por parte de las flotas de los países ricos. La contaminación que desemboca en los océanos -formada por más de 100.000 compuestos químicos diferentes y por los sedimentos procedentes de la erosión directamente provocada por la actividad humana- equivale al volumen de agua de todos los ríos europeos, es decir, más de una tonelada métrica por habitante del planeta y año.

Cuatro millones de toneladas de petróleo vertidas anualmente al mar invalidan la capacidad fotosintética y depuradora del plancton marino de otros tantos millones de hectáreas de superficie oceánica. El principal sumidero del CO2 queda así empequeñecido. La mayor parte de los mamíferos de los océanos se desvanecen, no menos la calidad de las aguas costeras, cada año aumenta el nivel del mar 3 mm desde 1993 por el calentamiento global. Es tal el amorío de cielos y mares que todo lo que dice la atmósfera lo repite el océano.

Pero sobre todo se nos quiere olvidar que mar es uno de los pocos significantes con significado pleno. Porque quiere decir lo que es. Y es cuna, placenta, sistema que destila el clima y la vida misma, origen y destino de todo lo que palpita. Nada de casual que cada una de las células que componen nuestro organismo sea en gran medida una microscópica réplica de una gota del mar.

El mar no está para bromas. Las historias que cuenta suelen ser dramáticas. Lo hemos convertido en un gran estercolero. Vomita y vomita plásticos. Hay ya continentes flotantes que son basureros. El más extenso se encuentra en el Pacífico Norte, y se extiende entre California y Hawai. Su geología está formada por alrededor de 100.000 toneladas de desperdicios plásticos, en gran parte redes abandonadas, botellas y depósitos, cacharrería electrónica, juguetes infantiles, mobiliario, un infierno pavimentado por una masa de caucho y cajones y bolsas de plástico, todo generando la gran sopa de microplásticos que llegan hasta el último rincón del planeta. La extensión de la gran mancha equivale en superficie a cuatro veces la Península Ibérica. Pero se están formando ya otros continentes de basura en el Atlántico Norte y el Pacífico Sur. Y el Mediterráneo está amenazado por el envenenamiento plástico.

Tenemos que poner fin a esta era del plástico infinito. No hay otra solución. Está contaminándolo todo.

Hay voluntarios que recogen cada día, en una sola playa, mil bastoncillos de limpiar los oídos. La persona que arroja directamente al retrete los dichosos bastoncillos o es muy ignorante o tiene la conciencia plastificada. Debería meter la cabeza en el mar hasta oír el canto de agonía de los cetáceos. Aunque como dato positivo, el Parlamento Europeo y el Consejo de la UE han llegado a un acuerdo político provisional sobre las medidas propuestas por la Comisión Europea para abordar en origen la problemática de los desechos marinos, que apuntan a los 10 tipos de productos de plástico que más a menudo se encuentran en las aguas, playas y redes de pesca, entre los que se encuentran los citados bastoncillos.

¿Año nuevo, vida nueva? Muy complicado, al menos en las cuestiones que he citado, pero hay que seguir insistiendo con más fuerza si cabe.

Deia