Alianzas galeuzcanas

He saludado con entusiástica efusión la propuesta de Arnaldo Otegi, a quien felicito por ello, sobre la conformación de una alianza de los nacionalismos independentistas de las tres naciones periféricas galeuzcanas de cara a las próximas elecciones europeas y las generales. Coincide con una obsesión mía largamente acariciada y profusamente investigada como historiador.

El BNG es partidario de la sugerencia arnaldiana y ha remitido a las bases una consulta en tal sentido y ERC parece que está estudiando también la propuesta.

Desearía, sin embargo, realizar una breve excursión analítica por el hollado, magisterial y desgraciadamente ignorado, cuando no despreciado, territorio de la historia para suministrar semillas de reflexión, que iluminen el camino, presente y futuro, de esa interesante proposición.

El primer hito de una entente trinacional fue la Triple Alianza, sellada el 11 de setiembre de 1923 en Barcelona durante la Diada, por prácticamente todos los partidos políticos del espectro nacionalista de las tres naciones, excepto la Lliga catalana. Apostaba directamente por la independencia y pretendía el reconocimiento internacional de la Sociedad de Naciones.

El segundo mojón referencial, dejando de lado los proyectos, casi anecdóticos, de 1924 y 1925 en el exilio galo, fue, en plena II República, el Pacto de Compostela de 25 de julio de 1933, ya denominado Galeuzca, y los compromisos subsiguientes adquiridos en Barcelona a primeros de agosto. La finalidad interna del acuerdo era el regreso de la República a una estructura federal y/o confederal y la externa el ingreso del bloque galeuzcano en el Congreso de Nacionalidades, creado en 1925. Estaba adscrito a la Sección de Minorías Nacionales de la Sociedad de Naciones, fundada en 1919, en virtud de los Tratados de Versalles, suscritos tras la I Guerra Mundial, para llegar a una solución pacífica de los conflictos sin necesidad de iniciar nuevos episodios bélicos. Cataluña había en los congresos citados en 1926, Euskadi en 1930 y Galiza lo haría al mes siguiente de la firma del Galeuzca, el 16 de setiembre de 1933. Por tanto, existe una notable diferencia en relación a la actualidad a nivel exterior. Las tres naciones estaban reconocidas y pertenecían indirectamente a un organismo internacional, La Sociedad de Naciones (1919-1946), que podría considerarse como un antecedente de la actual ONU.

El prolongado exilio, producido por la larga noche franquista, asistió a varios acuerdos, anteproyectos y propuestas galeuzcanas, pero en un contexto geopolítico poco propicio, dada la coyuntura bélica mundial primero y la Guerra Fría más tarde, la dispersión de las comunidades exiliadas galeuzcanas y el alejamiento del Estado español, sometido, además, a una dictadura. Se firmaron acuerdos en Buenos Aires, en mayo de 1941, en diciembre de 1944 en México y se elaboraron numerosos anteproyectos en el trípode, Buenos Aires, EEUU. y Londres durante el bienio 1945-46. Solamente en el de México de 1944 participó toda la gama de partidos políticos y sindicatos nacionalistas existentes en las tres naciones. Todos ellos contemplaban el derecho de autodeterminación y los suscritos o confeccionados en el bienio 1945-46 se desarrollaron en un contexto internacional sumamente esperanzador. La derrota del nazifascismo y el triunfo de los aliados en 1945, a quienes habían apoyado los republicanos exiliados, especialmente el PNV, hacían presumir el pronto derribo del régimen franquista y el restablecimiento de la III República. Para ello era conveniente formar un bloque trinacional periférico con el fin de recuperar inmediatamente los Estatutos de Autonomía, ya conseguidos o plebiscitados durante la II República, que sería configurada mediante una estructura confederativa a través de la aplicación del derecho de autodeterminación. Pero las previsiones resultaron fallidas, pues EEUU. y principalmente Gran Bretaña, bajo el liderazgo del férreo anticomunista Churchill, con el inicio de la Guerra Fría, decidieron mantener la autocracia hispana como baluarte y vigía en la esquina occidental frente al avance comunista.

A finales del los años 1950, en 1958-59 en Buenos Aires y en 1959 en Caracas, fueron selladas nuevas ententes galeuzcanas, con participación de personalidades más o menos representativas de algunos partidos nacionalistas o por personajes outsiders radicalizados, descontentos de política posibilista de los partidos tradicionales como el gallego Xosé Velo Mosquera, el vasco Andima Ibinagabeitia y el catalán Joaquim Juanola Massó, residentes en Venezuela. Los de Buenos Aires contenían una nítida referencia al derecho de autodeterminación y el caraqueño sustentaba francamente el camino hacia la independencia. Este contenía la intervención de unos «grupos de acción», que terminaron en la posterior creación del DRIL (Directorio Revolucionario Ibérico de Liberación) con el fin de luchar contra la doble dictadura peninsular franco salazarista. Algunas de sus acciones más conocidas fueron la colocación bombas en edificios oficiales de Madrid, de un artefacto explosivo en la estación donostiarra de Amara, que se saldó con una víctima mortal, falsamente atribuida a ETA, la niña Begoña Urroz, y el famoso secuestro del buque Santa María en enero de 1961. El capellán de este último barco era el entonces sacerdote oiartzuarra, Xabier Irigoien.

En los años 70 el catalán, radicado en Gran Bretaña, Josep María Batista i Roca, unos de los impulsores y redactores del Galeuzca de 1933, en previsión del cercano final del régimen franquista, envió a París, a las sedes del Gobierno vasco y de la delegación oficiosa del Consello de Galiza, nuevas propuestas galeuzcanas, que no obtuvieron respuesta afirmativa.

Desaparecido físicamente el Perenne, acuerdos parciales partidarios se suscribieron en distintas ocasiones para participar en las elecciones europeas, dadas las dificultades para conseguir escaño en virtud de la circunscripción única. Pero no pueden ser considerados pactos galeuzcanos stricto sensu.

Un convenio galeuzcano más amplio fue el firmado por el BNG, PNV y CIU en la Declaración de Barcelona de 1998, más tarde rebautizado en 2004 como Galeuscat. La Declaración suscitó enorme resonancia, porque coincidió con una tregua de ETA y el acuerdo de Lizarra. Pero enseguida en gozo cayó en un pozo por empuje de tirios y troyanos y el cambio de tesitura en el Estado con la implantación del aznarismo. Además, habían quedado fuera de la declaración importantes fuerzas políticas de los ámbitos vasco y catalán, como HB y ERC.

Por consiguiente, de este rápido repaso histórico, como magistra vitae, deberían quedar meridianamente evidentes, a mi modesto y siempre discutible entender, algunas conclusiones y características que debería reunir la triple alianza galeuzcana para conseguir completa eficacia codiciada y deseable:

Es que necesario que en ella se integren todas las fuerzas políticas nacionalistas de las tres naciones.

Resulta preciso huir de toda vana dispersión y centrar los esfuerzos en un solo objetivo claro, concreto y conciso: el reconocimiento y ejercicio del derecho a decidir, único punto común y aglutinador a incluir en un posible pacto y en el que los auténticos nacionalistas deberían concordar.

Obligación ineludible sería abandonar los intereses partidistas a corto plazo, tanto ad intra como ad extra.

También convendría no dejarse influenciar por las críticas y patadas de propios y de adversarios, aunque sean insignificantes y afecten solamente a los tobillos, pues, a veces, deviene en verídico el axioma: «al suelo que vienen los nuestros», junto a la desunión, el peor vicio que puede acechar a un acuerdo de este cariz.

Naiz