Aimé Césaire, ideólogo del concepto de la Negritud

Césaire nace en 1913 en Martinica, en el corazón del Caribe francófono, realiza estudios básicos y parte hacia Francia con una beca para completarlos. En 1939 vuelve a Martinica, se afilia al Partido Comunista francés y es elegido alcalde de la capital de la isla (Fort-de-France) y diputado a la Asamblea Nacional, escaño que conservará sin interrupción hasta 1993. La intervención de los rusos en la crisis de Hungría (1956) le provocarán fuertes desavenencias con sus camaradas franceses que le obligarán a dejar el PCF. Un par de años más tarde, funda el Partido Progresista de Martinica desde el que reivindicará la autonomía de la isla. Césaire, que seguirá de alcalde en Fort-de-France hasta 2001, muere en abril del 2008.

En 1931, llega a París gracias a una beca para el Liceo Louis-Le-Grand donde se preparará para el concurso de entrada a la Escuela Normal Superior. En París se produce su encuentro en Septiembre de 1934, con otros estudiantes negros que participarán de una u otra forma en un criterio que los unirá, independientemente de su origen caribeño o africano: el Movimiento de la Negritud que se nuclea alrededor de la revista L’Étudiant Noir cuyos fundadores fueron Césaire, el senegalés Senghor y el guayanés Damas. En sus páginas aparece por primera vez el concepto de “Negritud”, inventado por Césaire y Senghor, que emerge como reacción a la opresión y asimilación cultural impuestas por el sistema colonial francés. La Negritud para Senghor es el conjunto de valores culturales del mundo negro tal y como se expresan en la vida, las instituciones y las obras de los negros, mientras que para Césaire es el reconocimiento del hecho de ser negro, de su destino de negro, de su historia, de su cultura. Estas dos concepciones aunque diferenciadas, en realidad tratan de la misma Negritud. “Es evidente que la Negritud de un antillano que está reconquistando su ser, no puede ser la misma que la Negritud de un africano que nunca ha puesto en duda su ser. En el antillano existe una angustia que no es la de un africano. Senghor nunca ha dudado, nunca se ha sentido desgarrado; era África en lo profundo, con su nobleza, su dignidad, su historia, su humanidad, su sabiduría y su filosofía”. Pero, a diferencia de Senghor que tendía a racializar la negritud (“todos los valores culturales del mundo negro”) contra Europa (“la emoción es negra, como la razón helénica”), Césaire nunca abandonó el campo político. Para él, la negritud era sobre todo un instrumento para crear conciencia y luchar contra la colonización. Lejos de cualquier tentación esencialista, la negritud cesariana nunca ha sido ese “racismo antirracista” al que los críticos occidentales lo querían reducir.

La Negritud, ante todo, es la proclamación de la belleza de las culturas negro-africanas, la afirmación orgullosa de ser negro y de vivir en dignidad y libertad. La Negritud es el proyecto de vida colectiva de un pueblo en diáspora a la búsqueda de la tierra-madre, un estado del alma colectiva de todo un pueblo en busca de sus raíces, de una memoria colectiva quebrada por una colonización infamante. Es también un proceso terapéutico de curación de la alienación cultural provocada por los colonizadores blancos. Las religiones, las lenguas, las costumbres africanas testimonian una vieja civilización nilótica (del Nilo) mucho más antigua que la que reclaman los colonizadores europeos. Sartre, perspicaz observador de los grandes problemas filosóficos y culturales de su tiempo, definió la Negritud en términos heiddegarianos como “el ser-en-el-mundo-del-negro”.

En 1939 publica “Cuaderno de un regreso al país natal”, donde esboza su itinerario personal pasando revista a todo lo dejado atrás y reafirmando su visión de las Antillas y de su isla. El poema, al mismo tiempo que expresa un reencuentro con la fealdad, la miseria y la desesperación del universo colonial, a su vez, es un regreso a los orígenes africanos, un canto de vanguardia, épico y lírico, un grito de liberación emocional y de desalineación de una raza humillada que proclama la legitimidad de la Negritud. Los Negros desposeídos de “ellos mismos” por el rodillo de la colonización toman conciencia de la “servidumbre” de su raza provocada por 3 siglos de aculturación y de transculturación, y no se quieren someter a la fatalidad histórica. Por eso, el “Cuaderno” es un himno al advenimiento de una nueva era de emancipación total (cultural, moral y política) que acontecerá al hombre negro, a pesar de sus luchas tribales y sus dificultades crónicas, tras una larga travesía del desierto. Aimé Césaire, poeta y profeta, en tanto denuncia el pasado esclavista, el presente de asimilación y anhela un futuro de fraternidad transracial, es tajante al culpar a Europa como civilización imperialista y destructora del genio negro.

En 1950 publica en la revista francesa Présence Africaine su famoso “Discurso sobre el colonialismo”, crítica feroz, análisis implacable de la ideología colonialista europea que Césaire compara con el nazismo que hacía poco Europa sobrellevó y purgó embarazosa e incómodamente. Considerado como el verdadero manifiesto de la Negritud y construido sobre la lógica abrumadoramente concluyente de la argumentación racionalista europea, este “Discurso” se convierte en una invectiva virulenta contra el pseudo-humanismo de una civilización cristiana de vocación universal. Colonización y colonialismo llevan aparejadas las connotaciones de destrucción, opresión y embrutecimiento. Quien aparece como el sujeto histórico de este proceso es Europa (o, lo que es lo mismo, la civilización europea). La propuesta política de Césaire tiene como eje el debate no sólo con las formas en que Occidente ha llevado a cabo la dominación colonial, sino también con cómo la ha justificado. Desde este punto de vista, existe una lucha por reinterpretar el pasado y otra por rescatar una memoria: “Vuelvo a hacer la apología de nuestras ancestrales civilizaciones negras: eran civilizaciones corteses, sociedades comunitarias, nunca de todos para algunos pocos. Eran sociedades no sólo precapitalistas, sino también anti-capitalistas. Eran sociedades democráticas, siempre. Eran sociedades cooperativas, sociedades fraternales”.

Las prácticas embrutecedoras de los diferentes sistemas coloniales infundieron en la población colonial el miedo, la postración, el desaliento, el servilismo y la desesperación. El gran equívoco histórico del colonialismo fue el intento de cohonestar, de forzar razones con qué disculpar sus violencias estableciendo fórmulas arquetípicas deshonestas, equiparando cristianismo con civilización y paganismo con barbarie. Muy al contrario, Césaire asevera que el colonialismo constituyó un acto de descivilización donde hombres libres fueron cosificados, convertidos en esclavos, en bestias de carga, y que siglos más tarde, después de su emancipación conquistada como resultado de numerosos holocaustos, se transfiguraron en miserables proletarios sin identidad cultural, moral y religiosa. La colonización destruyó las economías naturales de las sociedades tribales que, a pesar de sus violencias cíclicas, eran igualitarias, democráticas, precapitalistas e incluso anticapitalistas. Los Negros no eran salvajes, tenían un arte esplendoroso, bellas religiones, un sentido comunitario de la vida, de la economía y no conocían el odio racial. La barbarie y el salvajismo que invadió África fue la de la burguesía blanca europea que por la fuerza de las armas y del látigo, y bajo pretextos de orden religioso, esclavizaron a los Negros imponiéndoles sistemas judiciales (Code Noir) abyectos e ignominiosos. Se comprende, pues, el aserto de Aimé Césaire: “Europa es indefendible”.

Los europeos fueron cómplices del nazismo al legitimarlo por siglos siempre que se tratara de poblaciones no europeas. Genocidio, racismo, explotación del trabajo por métodos coercitivos, autoritarismo, masacres, torturas, campos de concentración, fenómenos todos ellos no originales del nazismo, emergen de la modernidad-colonialidad y su correspondiente jerarquía entre europeos y no europeos, vigente desde fines del siglo XV. Lo que siempre fue tolerado para el mundo no europeo terminó afectando a los propios europeos por el “efecto boumeráng del colonialismo”. Todas las violaciones, torturas, asesinatos, y genocidios que el racismo de la supremacía blanca aplicó y toleró como métodos naturales y normales para civilizar a la barbarie del mundo colonizado, intoxicaron fatídicamente la psique y el espíritu del propio colonizador. Hay un Hitler dentro de cada humanista y burgués europeo. Césaire reprocha a la burguesía “democrática” europea que criticara a Hitler sólo porque éste hubiera implantado en Europa los métodos propios de las colonias, aquello que la mayor parte del mundo venía sufriendo desde hacía siglos en un grado incomparablemente superior a lo puesto en práctica por Hitler en Europa. “¿A qué idea quiero llegar? A esta idea: que nadie coloniza impunemente; que una nación que coloniza, que una civilización que justifica la colonización, y por lo tanto, la fuerza, ya es una civilización enferma, moralmente herida, que irresistiblemente, de consecuencia en consecuencia, de negación en negación, llama a su Hitler, es decir, a su castigo”. De manera que lo que muchos europeos no toleran del nazismo no son sus crímenes y humillaciones en sí mismos, sino que dichos crímenes se hayan cometido contra el hombre blanco.

Aimé Césaire renunció a su condición de miembro del PCF el 24 de octubre de 1956, por medio de una carta dirigida a Maurice Thorez, por aquel entonces secretario general del PCF. Su publicación se dio en un contexto histórico en que al tiempo que Kruschev denunciaba los crímenes de Stalin, se confirmaban sus aprensiones acerca de los límites concretos de la desestalinización, con la invasión de Hungría por las tropas soviéticas el 4 de noviembre de 1956. Por otra parte, los movimientos de liberación nacional se encontraban en desarrollo desde el término de la segunda gran guerra: la liberación de la India (1947), Indonesia (1949), Libia (1951), Egipto (1952), Camboya, Vietnam y Laos entre 1953 y 1954; y en ese mismo año 1956 en Marruecos y Túnez. Estamos, por otra parte, a apenas tres años del triunfo de la Revolución Cubana (1959).

Césaire denuncia la falta de voluntad para romper con el estalinismo, se revuelve contra el relativismo ético que pretende conjurar sus crímenes con alguna frase cínica, y contra un modelo de sociedad centrado en el Estado y en el poder de una burocracia controladora de los medios de producción que deviene burguesía de Estado. Por otra parte, Césaire pone en jaque el universalismo de los comunistas de Occidente enfatizando la arrogancia eurocéntrica de sus camaradas franceses. Porque ni la contradicción principal ni el objetivo estratégico de los comunistas franceses coinciden con los respectivos de los “hombres de color”. Ni tan siquiera los intereses y aspiraciones de éstos pueden ser subsumidos en los intereses y aspiraciones de aquéllos. Por lo tanto, no le parece que los problemas de los obreros industriales de Marsella sean intercambiables con los problemas de los negros colonizados de la Martinica, ni menos aún concibe que la liberación de los primeros vaya a traer consigo, necesaria y automáticamente, la liberación de los segundos. No se trata así, de una lucha entre burgueses y proletarios, sino más bien de otra de “naturaleza muy distinta” entre colonizadores y colonizados. Es decir, las luchas de los oprimidos no pueden ser tratadas como parte de un conjunto más importante, porque existe una “singularidad” de nuestros problemas que no se reducen a ningún otro problema. La lucha contra el racismo, contra el colonialismo, no puede considerarse un fragmento de la lucha del obrero francés contra el capitalismo francés, toda vez que su fuerza se marchitaría militando en organizaciones que no les son propias.

Por lo tanto, es evidente y constatable que el contenido fundamental de la carta de renuncia de Aimé Césaire al PCF es el alegato en favor del respeto a la “singularidad” de los colonizados. Césaire renuncia al PCF no sólo por una discrepancia con la práctica política stalinista ni tampoco sólo porque los comunistas franceses se conduzcan con la estúpida soberbia eurocentrista, sino por una discrepancia de mayor envergadura que tiene que ver con la índole de las relaciones Norte-Sur. El problema teórico central de Césaire no es el de la universalidad en sí sino el del “universalismo occidental”, esto es, la creencia ideológica que se expresa estableciendo un binarismo mentiroso entre una singularidad verdadera y una generalidad falsa, aquélla según la cual la evolución de Occidente es un modelo inevitable para el desarrollo histórico de la humanidad en tanto que el hombre de Occidente es su protagonista ideal. Para Césaire no existe un universal depositario de todo lo particular, por lo que aboga por la construcción de universales no eurocéntricos, en los que la totalidad no se imponga sobre las diversidades. Pero añade que un acuerdo entre iguales puede dar origen a una universalidad verdadera, que reemplace el falso universalismo del colonizador.

Césaire, en los párrafos finales de su carta, hace profesión de fe comunista y marxista y no renuncia al marxismo ni al comunismo. Cree aún, por lo tanto, en el ideario socialista y en él seguirá creyendo durante los más de cincuenta años que seguirá viviendo hasta su muerte (2008).

Aimé Césaire, crítico cultural, historiador, poeta surrealista, profeta que anticipó los límites de la descolonización jurídico-política de los pueblos coloniales en el XX (pensamiento poscolonial), la crítica al eurocentrismo y el reduccionismo de clase del movimiento comunista, la crítica al universalismo abstracto del pensamiento occidental y la propuesta por un universalismo concreto como alternativa descolonizadora. Aimé Césaire, luchador anticapitalista incansable, pionero de la crítica antirracista y de los estudios poscoloniales, fuente de inspiración de los movimientos de liberación nacional africanos, es uno de los personajes más importantes del siglo XX. Sin embargo en Occidente, personalidad tan relevante y descollante pasa totalmente desapercibida, quizás como un sujeto extraño, oculto, exótico, en todo caso infravalorado, ninguneado.