12 de octubre: fiesta de la hispanidad

La violación de América

Miquel Payeras

EL TEMPS

El 27 de septiembre se presentaba en París ‘Sexo, raza y colonias’, un libro elaborado por 97 historiadores de diferentes países en el que, según titulaba hace dos semanas Le Nouvel Observateur, se explica “una violación que ha durado seis siglos”: los abusos y las violaciones masivas que han sido parte intrínseca del colonialismo europeo: “imperios del vicio”. Un fenómeno poco estudiado y que cuesta aceptar en los países protagonistas.

El uso de la violencia sexual contra las mujeres es un arma que han usado muchos ejércitos, tanto en guerras como en procesos coloniales. Los belgas violaron decenas o cientos de miles de mujeres en el Congo, cuando lo hicieron suyo por la fuerza, entre 1908 y 1960, y casi nadie en el país que alberga la sede de la Unión Europea quiere hablar de ello. En Gran Bretaña son muchos los que no se acaban de creer que su ejército colonial abusara de millones de mujeres en sus posesiones de ultramar y que incluso en fechas relativamente recientes, durante la guerra del Mau-Mau, entre 1952 y 1961, en la colonia de Kenia, usara la violencia sexual masiva como arma bélica contra las activistas y simpatizantes de la rebelión. Violadas una vez tras otra. En Rusia es un delito hablar de la estrategia soviética de violar masivamente alemanas cuando el Ejército Rojo invadió Alemania (1945): unas 240.000 mujeres fueron vejadas y aproximadamente un 10% de ellas, además, asesinadas. Buena parte de la sociedad japonesa no cree que el su ejército violara cientos de miles de chinas -con un número de asesinadas imposible de conocer, pero que fueron decenas de miles, como mínimo- obligándolas a servir sexualmente a los soldados durante la ocupación de China, entre 1937 y 1945.

En España todavía cuesta aceptar entre mucha gente la existencia de las violaciones masivas como táctica del ejército franquista durante la Guerra Civil -sobre todo a cargo de los moros encuadrados en los regimientos de regulares- con el objetivo de insuflar el terror entre la población civil de las zonas republicanas. No se acepta porque ignoran intencionadamente las palabras del famoso general sublevado Gonzalo Queipo de Llano: “Nuestros valientes legionarios y regulares han demostrado a los rojos cobardes lo que significa ser un hombre de verdad y de paso también a sus mujeres. Esto está totalmente justificado porque estas comunistas y anarquistas predican el amor libre. Ahora al menos sabrán que son los hombres de verdad y no milicianos maricones. No se libera [de las violaciones] por mucho que chillen y pataleen”…

En realidad, en toda guerra la violencia sexual contra las mujeres civiles es parte de la estrategia militar, por mucho que no se quiera reconocer. Y todas las aventuras colonialistas son guerras, con más o menos intensidad. Incluida la conquista de América, cuyo inicio en esta semana se conmemora en España. Una conquista que tuvo en el sexo forzado un elemento tan importante como que algunos historiadores lo sitúan como un objetivo al mismo nivel que los deseados tesoros que perseguían los conquistadores.

 

El “otro oro” de la conquista de América

El profesor de la Universidad de Nariño (Colombia) Gerardo León Guerrero Vinueza es un historiador especializado en la conquista española de América. No duda en calificar de “el otro oro” el sexo que forzaban los conquistadores españoles. “Oro, plata, perlas, fortuna y mujeres fueron los atractivos de la conquista”, escribe en la obra ‘El otro oro en la conquista de América: las mujeres indias, el surgimiento del mestizaje’.

“Todas las clases sociales de España, incluidos los eclesiásticos, pronto supieron de esta atracción”, dice el autor, que toma la expresión “el oro secreto” del escritor, diplomático y académico argentino Abel Posse, que ha bautizado así el masivo sexo forzado que practicaron los españoles con las indígenas.

Explica Guerrero que, si bien la inmensa mayoría de “las crónicas han callado deliberadamente el tema de las violaciones”, esta práctica está suficientemente documentada. Y no se trataba de simples excesos individuales. Era un uso común entre los españoles, fueran hombres de armas o no. Las víctimas siempre eran las mismas. Las mujeres indígenas. Dice el autor que los españoles “llegaban de una España de frustración y represión sexual” fruto del poder católico que todo lo invadía, y que, al llegar a América y verse libres de cualquier ley, tomaban lo que querían, y las mujeres eran un objetivo preferente. Y tan preferente que eran, asevera el ya citado argentino Posse: “Más que conquista, fue una violación” de América.

Dice Guerrero que “la india sirvió al invasor de piel blanca como gozo nocturno”. Y a menudo no era un pasatiempo sólo para la noche: “cuando él se levantaba [de dormir], comenzaba ella ‘su largo trabajo fisiológico'”, escribe el político, diplomático y escritor ecuatoriano Benjamín Carrión (1897-1979) en “El mestizaje y el mestizo”, artículo publicado en ‘América Latina en sus ideas’ (1981).

Guerrero Vinueza continúa contando que “las cartas que desde las tierras caribeñas envió Michele da Cuneo, un italiano (1448-1503), amigo de Cristóbal Colón, genovés como él, a quien acompañó en el segundo viaje a América, que narró las aventuras de Colón”, son muy significativas: “relató las violaciones y los malos tratos cuando se resistían las mujeres, los escarnios de que eran objeto, la impudicia y el desenfreno con que los violadores realizaban el acto sexual, la brutalidad, el abuso y la degradación de aquellos que según la historia rosa fueron los mensajeros de Dios y los portadores de la modernidad a América”.

Hay numerosa documentación coetánea de la conquista inicial y de los siglos XVII y XVIII que da testimonio de los abusos y las violaciones como norma. Escribía el criollo Luis Joseph Peguero en el siglo XVIII -según cita Guerrero- en su obra ‘Historia de la conquista de la Isla de la Española’ que los españoles vivían “sin regla ni disciplina, destruyendo a los indios, quitándoles el oro y comiendo todo lo que tenían… [practicando] su lascivia y abusos” sobre las mujeres. Ya en la primera mitad del siglo XVI, justo al empezar la conquista, el cronista español Pedro de Mártir de Anglería escribió en 1530 que “la gente que siguió al almirante [Colón] era la mayoría indómita, perezosa y sin valor, no quería más que libertad para hacer lo que fuera, no podía abstenerse de arrollar, de cometer raptos de mujeres insulares a la vista de sus padres, hermanos y esposos, eran muy dados a abusos [sexuales] y rapiñas…”.

No era una consecuencia de la conquista. Es que la conquista tenía por objetivo cazar mujeres al mismo nivel que robar oro y riquezas diversas. Cuenta Guerrero que lo más preciado “además de los tesoros, eran las mujeres” que atrapaban y, a continuación, “las distribuían entre los soldados, después de seleccionar las más bellas” que iban “para el capitán o el dirigente” del grupo, y por eso “a menudo un conquistador [soldado u oficial] podía tener fácilmente dos, tres o más mujeres de su propiedad”.

 

silencio negro

Guerrero hace referencia irónica al uso por parte de muchos historiadores españoles de la “leyenda negra” tras de la cual se quieren silenciar los grandes abusos de los conquistadores: “retomando lo que dice el padre fray Bartolomé de las Casas, a pesar de correr así los riesgo que lo señalan como seguidor de la ‘leyenda negra’, no podemos continuar con ‘silencio negro’, debemos descubrir el conocimiento no descubierto”. Cita las Casas, autor de la famosa ‘Brevísima relación de la destrucción de las Indias’ (1542), cuando narra que en Panamá vio él mismo cómo “ochenta vírgenes y mujeres” fueron cogidas por soldados y que “muchos de indios fueron tras los cristianos” para intentar liberarlas, de modo que, cuando los españoles vieron que no podrían llevárselas, “no quisieron dejar las mujeres sino que metieron las espadas por las barrigas de las jóvenes y mujeres, y no dejaron de las ochenta ni una viva”. Era una reacción habitual. O suyas o de nadie.

Ejemplos de salvajismo similar, hay muchos, asevera Guerrero , que escribe que “los tormentos, amputaciones de orejas, nariz, dedos, manos… y las violaciones, todo estaba autorizado (…) por el actitud del conquistador, quien actuaba ‘sin Dios y sin ley”.

Una de las ocupaciones de los conquistadores consistía en “organizar cacerías de indias para esclavizarlas y venderlas tras violentar sus cuerpos y despreciar su alma”. Cita el ejemplo del mismo almirante, Colón: “Capturó [en el segundo viaje] veinte mozas, lamentando no encontrar más”. La india se convertía no sólo en un instrumento de carne para el placer sexual del conquistador, sino a menudo una fuente de riqueza, tenía un valor de cambio: la vendían como esclava sexual a otros españoles que no habían podido cazar. Volviendo a fray Bartolomé de las Casas, Guerrero refiere que el hombre de iglesia cuenta la historia de un hombre que se jactaba ante un religioso que hacía todo el podía para preñar todas las mujeres indias que le pasaban por delante” porque, una vez preñadas, por esclavas le daban más precio de dinero por ellas”.

A pesar, en fin, de la numerosa documentación que prueba la existencia de un masivo abuso sexual de la mujer indígena americana, convertida por los españoles conquistadores no sólo en objeto sexual de uso sino también de cambio, la “leyenda negra” continúa siendo la explicación de muchos historiadores españolistas para tapar los abusos y mantener el “silencio negro”.

 

Mestizaje

La consecuencia de las violaciones masivas fue la creación de una nueva sociedad. La mestiza. El historiador canario Mariano Hernández Sánchez Barba, siguiendo los datos aportados por el filólogo y americanista Ángel Rosenblat (1902-1984), que escribió varios libros sobre demografía en América colonial y el fenómeno del mestizaje, asegura -en ‘Historia de América’ (1981)- que durante el siglo XVII el porcentaje medio de indios sobre la población total era del 81%, mientras que los mestizos se quedaban en el 5,8%; y un siglo después, a lo largo del XVIII, Los indios bajaron hasta el 46% a la vez que los mestizos subieron hasta el 26%. Unos datos que dejan en evidencia la magnitud de los abusos sexuales contra las indígenas. Porque la mayoría de los bebés nacidos de español y de india era producto de una violación. Por supuesto, recuerda Guerrero, había indígenas que con agrado tenían relaciones sexuales con los españoles, y cuando se permitió el matrimonio algunas incluso se casaron con los conquistadores, pero unos y otros casos “fueron la excepción”.

Las españolas no pudieron ir a las Indias Occidentales hasta mediados de 1511, cuando se les levantó la prohibición. La norma, desde entonces y durante muchas décadas, siglos de hecho, fue que “las mujeres blancas que llegaban al Nuevo Mundo fueran para la élite de los conquistadores, por lo que los soldados siguieron acudiendo hacia las impotentes indias (. ..) fue de este contacto carnal del que nació un pueblo nuevo, mestizo, bastardo y con estilo propio”, analiza Guerrero.

Es cierto, reconoce el historiador colombiano, que desde 1514 la corona española dio permiso a los españoles en América para casarse con indígenas, lo que ha sido usado por los defensores de la “leyenda negra” como prueba de carga para discutir los abusos y dar por hecho que el mestizaje era la consecuencia del amor querido por ambas partes. “La boda legal del blanco con una mujer de color [india] era socialmente considerada un deshonor”, dice Guerrero. Si bien se celebraron algunos matrimonios así, solían ser para alcanzar una buena dote, en el caso de princesas indígenas, pero, aun así, “se trataba sólo de excepciones”. La norma era la contraria. “La mayoría de mestizos provenía de las relaciones extramatrimoniales, fueron hijos de la ilegalidad, del concubinato, la poligamia, la violación”.

El historiador sevillano Esteban Mira Caballos, especializado en historia de la colonización americana y autor de numerosas obras sobre el tema, escribe en ‘Terror, violación y pederastia en la conquista de América: el caso de Láznaro Fonte’ que “se ha hablado mucho de la conquista erótica de las Indias, es decir, que muchas indígenas se unieron voluntariamente con el español; a menudo se nos presenta a las mujeres como enamoradas de los europeos. Lo que ha generado una literatura clásica que ha elogiado el carácter español que no rechazó a la mujer india y la hizo madre, una relación de la que surgió” la sociedad mestiza. “Es cierto”, añade, “que hubo mujeres que voluntariamente se unieron con españoles, pero, eso sí, la mayoría como concubinas y muy pocas como esposas legítimas”. Pero no hay que perder de vista que “matrimonio y concubinatos voluntarios fueron minoritarios en comparación con la violación” masiva como forma de engendrar a los futuros mestizos.

El testimonio más claro sobre la consideración que merecían para los conquistadores españoles las mujeres indias lo da Michele da Cuneo, el amigo de Colón ya citado, cuando escribió que “el señor Almirante me regaló una cambala [india] bellísima, y teniéndola desnuda en mi cuarto, me vino el deseo de yacer con ella, y al querer poner en obra mi deseo, ella, resistiéndose, me rapiñó (…) cogí una correa y le di una buena tanda de azotes, de manera que pegaba gritos inauditos (…) al final nos pusimos de acuerdo con lo que os puedo decir que de hecho parecía adiestrada en la escuela de prostitutas”.

Publicado el 8 de octubre de 2018

Núm. 1791

 

 

La brutal colonización de América

Miquel Payeras

La universidad de Stanford retira los honores a Junípero Serra, lo que irrita la historiografía españolista, la cual niega el carácter sanguinario de la colonización española de América.

El 28 de septiembre de 2015 el jefe del Estado del Vaticano, el argentino Jorge Bergoglio, otorgaba el rango póstumo de “santo” al mallorquín Miquel Josep Serra Ferrer, nacido en el pueblo de Petra el 24 de noviembre de 1713 y muerto en Monterrey, Alta California, el 28 de agosto de 1784. Más conocido como Fray Junípero Serra, trabajó toda su vida adulta como misionero de la orden católica internacional de frailes fundada por Francisco de Asís en 1208, conocidos como franciscanos. Se encuadró en las legiones de estos ‘soldados de Cristo’ que partían hacia el Nuevo Mundo para “evangelizar” a “los salvajes” que vivían allí, los indígenas americanos. Serra ejerció en California, donde su legado ha sido recordado como un motivo de orgullo.

Hasta ahora.

Deshonor para Serra

Junípero Serra y los miles de sus ” hermanos ” que militaban en la misma organización y que fueron enviados a “evangelizar” los “salvajes” a lo largo del tiempo formaban parte de un diseño político elaborado en Madrid que pretendía la explotación económica del continente americano, la liquidación de las lenguas y culturas propias de los indígenas y su conversión a la fe que en España se consideraba la “verdadera”. Cuando hace tres años Bergoglio elevaba a Serra a la condición de santo, al mismo tiempo pidió “perdón” por los “excesos” que durante la colonización de América se produjeron. Unas palabras que no dieron satisfacción suficiente a los colectivos de activistas indigenistas de California, que criticaron fuerte firme el honor que se dispensaba a quien encontraban que era un “instrumento” del cruel imperialismo español entonces, más allá de si el mallorquín fue mejor o peor persona. A los pocos días del acto en Washington, individuos desconocidos mutilaron varias estatuas de Serra en California y pintaron la leyenda: “Santo del genocidio”.

Desde entonces, de forma recurrente han aparecido en Santa Bárbara, Los Ángeles y otros lugares californianos pintadas contra el mallorquín. La idea de que el franciscano isleño fue un “santo del genocidio” se ha extendido en los últimos tres años. Y no sólo entre los indigenistas. Fruto de esta corriente de opinión creciente, la asamblea de estudiantes de la californiana Universidad de Stanford -fundada en 1891, es hoy una de las más valoradas de los Estados Unidos y tiene un alto prestigio en todo el mundo- pidió el año pasado a la autoridad académica que procediera a retirar el nombre de Junípero Serra de todos los establecimientos y lugares del campus bautizados así. El pasado 18 de septiembre la presidencia de la universidad anunció que se deshacía del nombre del franciscano mallorquín que identificaba dos edificios y, sobre todo, la avenida central del campus que le da la dirección postal.

El deshonor que ha proyectado Stanford sobre el soldado de cristo mallorquín podría tener más recorrido. En julio de 2015 el senado de California aprobó por 22 votos contra 10 retirar la estatua de Serra del Capitolio de Washington -cada estado tiene derecho a instalar allí dos, dedicadas a los ciudadanos más distinguidos de su respectiva historia- , donde permanece desde 1931, y sustituirla por la de la primera astronauta estadounidense que salió al espacio, la californiana Sally Ride (1951-2012). El hecho de que Bergoglio tuviera previsto dos meses después el acto de nombramiento de santo de Serra, aconsejó a las autoridades californianas a dejar en suspenso el cambio. Y más tarde se aplazó ‘sine die’. En medio de la actual presión creciente contra los honores a la colonización española de California, es cuestión de tiempo que la efigie del mallorquín en el Capitolio sea sustituida.

 

Leyenda negra

La noticia de la degradación de Serra en Stanford ha caído como un trueno entre la derecha española católica. Es significativo que el diario ABC haya criticado durante días la decisión y que haya publicado numerosas opiniones de historiadores españolistas que enmarcan el episodio en la famosa “leyenda negra”, el supuesto intento de imputar en España la condición de potencia imperialista sanguinaria en América que ellos niegan.

Citaba el diario referido las opiniones de historiadores como Fernando García de Cortázar, María del Carmen Martín Rubio y, sobre todo, Carmen Iglesias, condesa de Gisbert, especializada en el siglo XVIII, directora de la Real Academia Española de la Historia, porque la que la decisión tomada por Stanford es producto “de la falta de conocimiento (…) Fray Junípero Serra no maltrató nunca a los indios, fue una persona que se desvivió por ellos, fue bastante íntegro. Esto es un acto que se hace de cara a la galería, no tiene más interés que el insulto “contra España”. Y para rematar, aparecía María Elvira Roca Barea, autora del libro Imperiofobia y leyenda negra: “Junípero sólo es la excusa, el ataque es contra el mundo hispano en su totalidad”, aseguraba.

La iglesia católica también se ha puesto en pie de guerra santa ideológica contra Stanford y el deshonor a Serra. Entre otros ámbitos web, el portal ‘religionenlibertad.com’ titulaba el día 20 de este modo: “Vuelve la polémica sobre San Junípero Serra, le retiran honores en California… es leyenda negra”. Así ya no queda ninguna duda en el titular de la verdad en la que debe creer un buen español católico. Aunque es cierto que los hechos ocurridos en el pasado se deben contextualizar correctamente y no se deben juzgar con ojos actuales -lo que algunas críticas indigenistas a Serra han hecho-, empeñarse en aludir a la “leyenda negra” para intentar desprestigiar cualquier crítica al carácter brutal de la colonización de América responde a la ideología derechista profundamente españolista que no acepta ninguna desviación sobre la tesis imperante. Para esta norma más que una colonización fue un “encuentro” entre civilizaciones. Una fantasía que tan bien retrató Juan Carlos de Borbón el 23 de abril de 2001, en el discurso que hizo con motivo de la entrega del premio de literatura Miguel de Cervantes: “Nunca fue nuestra lengua de imposición, sino de encuentro; a nadie se le obligó nunca a hablar en castellano: fueron los pueblos más diversos quienes hicieron suya, por voluntad libérrima, la lengua de Cervantes”.

 

visión crítica

No hay muchos historiadores que salgan de la norma fácticamente impuesta. Uno de los valientes es el catedrático de Historia Moderna de la Universidad Autónoma de Barcelona, Antonio Espino López, que publicó en 2013 el libro gráficamente titulado ‘La conquista de América: una revisión crítica’, en el que el especialista en historia militar da una mirada sin prejuicios sobre la colonización hispana de América basándose en los numerosos documentos que ha recogido sobre las armas, tácticas, batallas y sanguinarias prácticas a cargo de los héroes conquistadores. Con el resultado de dejar claro el carácter brutal de la conquista y colonización americana.

Según explica en este semanario Espino López, no tiene duda sobre la “leyenda negra” y sobre los historiadores que la defienden: “Es la típica huida hacia delante de los que piensan que lo más importante que ha hecho [España] en la historia fue someter todo un continente, sin pararse a pensar en las consecuencias. La conquista de América fue incorporada a la esencia de la nacionalidad española, por lo que criticar cualquiera de sus aspectos significa criticar a la nación española. Y esto es un error muy grave. Es un aprovechamiento de la historia por parte de determinados sectores políticos e ideológicos que han conseguido que la cultura popular acepte este discurso sin discusión. es un legado más del franquismo, y en la situación política actual criticarlo te sitúa automáticamente como un enemigo de España, de la unidad, etc. Por otra parte, es bastante patético eso de siempre de aludir a lo que otros hicieron también -es la típica alusión a la situación de los indios norteamericanos, a lo que hicieron los ingleses…-, y eso cuando no salen voces, como la de Elvira Roca Barea, que, incluso, dicen que “era imposible que los españoles maltrataran a los indios ya que las Indias nunca fueron una colonia”. Esta afirmación, que oculta buena parte de la realidad histórica a los lectores, es una de las mayores tonterías que se han escrito en los últimos años.

Respecto a la tesis de que Junípero era un buen hombre que defendía a los indígenas, como dice la citada condesa de Gisbert, López critica esta visión intencionadamente reduccionista porque lo relevante es que “en zonas de frontera, sobre todo en el norte de la Nueva España -el México actual-, los padres misioneros fueron importantísimos para establecer un primer contacto con las poblaciones que, después, serían controladas por los soldados de los presidios. De hecho, tanto la misión católica como el protección de tropas eran las primeras manifestaciones del nuevo poder que se establecía en los territorios que se iban ganando para explotarlos después. A la monarquía sólo le interesaba si había minas de plata, y los primeros que hacían el trabajo sucio explorando e introduciéndose en el territorio eran los misioneros”. Explica que es cierto que “cuando el sistema colonial ya estaba en marcha, había tensiones y disputas entre los misioneros y los soldados, entre los misioneros y los gobernadores de los territorios o con los colonos”, y entonces “sí que los padres podían llegar a ser una herramienta de moderación en el trato a los indios”. Pero, aun así, considera Espino que “con su ideal evangelizador [los misioneros] eran la clave para abrir los territorios y las poblaciones a todos los males que después llegarían. Junípero Serra y muchos como él, con la mejor intención del mundo, acabaron permitiendo la llegada de grandes males”.

Aprovechando la ocasión de la proximidad de la fiesta española del 12 de octubre, este semanario también ha interrogado al catedrático de la UAB sobre el sentido de esta festividad que conmemora el inicio de la conquista y colonización de América: “Es aberrante mantener en el siglo XXI una fiesta nacional con estas características o con estas connotaciones históricas. Parece que la nación española no hubiera hecho nada más importante a lo largo de la historia y, por tanto, su ‘Día nacional’ sólo puede ser el 12 de octubre. No se debería celebrar un día con connotaciones imperialistas. Todo el mundo debería poder saber lo que hicieron sus antepasados respecto a las expansiones imperialistas y los excesos que cometieron. es un problema de educación. Los héroes no pueden ser los grandes guerreros, sino aquellos que hayan aportado cosas positivas para su sociedad. Los referentes no pueden ser los grandes conquistadores, ni las fiestas deben celebrar conquistas y sometimientos. Personalmente, el día de Francia sería un ejemplo perfecto a seguir, pero, claro, allí hicieron la revuelta contra el Antiguo Régimen, y en España no ha pasado nada de eso, más bien lo contrario: basta con echar un vistazo al tema del Valle de los Caídos…”.

EL TEMPS

Publicado el 1 de octubre de 2018

Núm. 1790