1 de octubre, moral de victoria y respuesta clara

Estamos en el umbral del primer aniversario de los hechos del 1 de octubre de 2017, una fecha ya para siempre asociada a la barbarie cometida por el Estado español en Cataluña, con imágenes que golpearon a los países democráticos y que recordaremos como un testigo de lo que es capaz de hacer el Estado español para someter al pueblo catalán a su voluntad totalitaria. Sin embargo, hay dos 1 de octubre, el de la mañana y el de la tarde. Y el título de la versión inglesa del famoso bolero de María Grever, ‘What a Diff’rence a Day Made’, que habla de la diferencia que va de un día a otro, constituye una magnífica alegoría de los hechos de aquella jornada, ya que no sólo hubo una gran diferencia entre el 30 de septiembre y el 1 de octubre, sino que pudimos ver la inmensa diferencia que puede haber entre la mañana y la tarde de un mismo día.

Toda la violencia del Estado español, toda la furia que, al grito de “¡A por ellos!”, se lanzó contra nosotros en las horas de la mañana, se vio frenada por la tarde por una llamada europea: “¡¿Qué cojones estáis haciendo ?!” No había que añadir mucho más para mostrar consternación, estupor y asco ante unas imágenes impropias de un Estado que se pretende democrático y civilizado. Sólo los estados totalitarios, sólo los estados sanguinarios cargan contra la población cuando ésta hace cola para votar. “Es que la ley no os permitía votar”, nos dice el nacionalismo español sin darse cuenta de que este argumento no sólo saca lo pies del tiesto, sino que lo retrato de arriba a abajo, dado que ningún Estado democrático puede tener una ley que criminalice el voto y que ampare el uso de la violencia contra el votante.

Por eso los tribunales de varios estados democráticos de Europa, como Bélgica, Alemania, Reino Unido o Suiza han dicho a España que no le entregarán los exiliados, sean políticos o artistas, porque expresar disidencia por medio de una votación o de una canción nunca puede ser considerado un delito, y menos estar conceptuado como acción terrorista o golpe de Estado y comportar prisión. Incluso, aunque la Constitución española dijera de manera específica que hacer un referéndum de autodeterminación es terrorismo no tendría ningún valor porque todas las constituciones estatales son textos de segundo nivel subordinados a los Derechos Humanos. En otras palabras, ninguna Constitución estatal puede ser la coartada de un poder para agredir a la ciudadanía cuando ésta se expresa de manera cívica y democrática por medio de las urnas.

Magnífico, pues, que los representantes legales de la Asociación Catalana de Municipios se hayan dirigido al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos para denunciar “la persecución judicial española” contra los alcaldes favorables al Referéndum. Estamos hablando de cerca de un millar de alcaldes contra los que se ha interpuesto una querella criminal. Es decir que para el Estado español, por boca de su fiscal general, permitir que la ciudadanía se exprese depositando un voto en una urna es un crimen.

Todo lo que ha venido después de ese día, incluida la rabia fascista que destruyó hace una semana la placa de la plaza Uno de Octubre de Sant Cugat -son tan cobardes que siempre actúan de noche y con pasamontañas-, es consecuencia de la terrible y humillante derrota que Cataluña impuso al Estado español ante todo el planeta. Nosotros podemos quitarle importancia, porque, como demócratas que somos, entendemos que votar es algo normal. Pero alguien sin cultura democrática y con una ideología totalitaria como la del Estado español, sólo podía vivir la celebración del referéndum del 1 de octubre como una humillación equivalente a una derrota bélica de siglos pasados, o, aún peor, como la de unos miembros del Ku Klux Klan que hubieran sido ridiculizados públicamente por un negro. La afrenta, para España, fue mayúscula, de ahí el encarcelamiento de políticos y activistas sociales independentistas y la persecución de representantes consistoriales y de artistas disidentes. Los rehenes políticos son una venganza por esta gran victoria catalana, una victoria que se sumó a la espléndida gestión que Cataluña hizo de los atentados yihadistas en Barcelona y Cambrils y que también fue vivida como una humillación por parte española. El acoso judicial contra Josep Lluís Trapero, exmajor los Mossos, proviene de todo esto.

Dijeron que no habría urnas, y las hubo. Dijeron que no habría papeletas, y hubo. Dijeron que no abriríamos los colegios electorales, y los abrimos. Dijeron que no habría referéndum, y lo hubo. Dijeron que no votaríamos, y votamos. Y, por si fuera poco, toda la prensa internacional, absolutamente toda, lo grabó y proyectó en imágenes. Se entiende la sensación de ridículo española, ¿verdad? Se entiende su despecho, su rabia, su cólera y sus ansias de venganza, ¿verdad? Sin embargo, toda esta rabia, toda esta cólera, todo este desasosiego demuestran la inmensa debilidad del Estado español. El Estado español, como todo individuo o poder agresivo, es un Estado violento porque es un Estado débil. Los insultos, las descalificaciones, las porras, las esposas, las mordazas o la violencia judicial no son nada más que el vivo retrato de una terrible impotencia.

Es muy triste, ciertamente, que nosotros no supiéramos aprovechar el inmenso caudal que suponía esta gran victoria catalana y que no fuéramos capaces de ser consecuentes con el mandato del referéndum constituyéndonos en una nación libre de Europa. Ahora no es el momento de abrir este debate -esto es lo que querría el nacionalismo español para mantenernos entretenidos y enfrentados-, pero habrá que abordarlo cuando Cataluña sea libre. Ahora es necesario que seamos conscientes de la inmensa fuerza que tenemos y de la firmeza, la inteligencia y la dignidad que demostramos el 1 de octubre. Lo necesitamos para creer en nosotros mismos y para dejar de soñar que los grilletes nos los quitará un angelito bajado del cielo. O lo hacemos nosotros o no seremos libres. La docilidad, la obediencia y la sumisión no hacen más libre al cautivo; todo lo contrario, lo hacen más cautivo aún, hasta que llega un momento que ya ni siquiera se da cuenta de que es cautivo de tan dócil, obediente y sumiso como se ha vuelto.

Castilla, la misma que ahora se hace llamar ‘España’, no nos ha vencido. Nunca. Ni siquiera en 1714. Y la prueba es que todavía estamos aquí. Si nos hubieran vencido, si nos hubieran aplastado como pretendían, el 1 de octubre de 2017 no habrían tenido ninguna necesidad de apalearnos. Nos golpearon porque los habíamos derrotado, nos golpearon porque han querido borrar a Cataluña del mapa y siempre, siempre, siempre los hemos derrotado. Por lo tanto, la mejor conmemoración que podemos hacer del Uno de Octubre es demostrar que sirvió para algo. Y el primer paso, en este sentido, es muy sencillo: sólo debemos responder si hemos venido a este mundo a gestionar la autonomía o a gestionar la libertad.

EL MÓN